Con los abuelitos en el parque

FutbolParqueQué fácil resulta defender la importancia de fomentar el desarrollo de otros y qué difícil es convertirlo en una práctica habitual.

Francamente, me sorprende que algo que reporta tantas satisfacciones y que provoca resultados magníficos a corto y medio plazo, sea tan complejo de convertir en realidad tanto por las barreras de quien quiere desarrollarse como por las de quien debiera desarrollar a otros.

Esto me recuerda a un cuento que escribí hace años y que fue representado en el teatro del colegio donde estudiaron mis hijos. El cuento cuenta con un protagonista especial: el abuelito. Es una figura que genera confianza, seguridad, a la que siempre se escucha y que es capaz de provocar cambios que parecían imposibles. ¡Cuántos abuelitos necesitan hoy nuestras organizaciones!, no para contar verdades que ya se conocen, sino para conseguir que se escuchen esas verdades y se pongan definitivamente en marcha.

CON LOS ABUELITOS EN EL PARQUE (Jaime Ros Felip, 2004)

Las manos del abuelito eran grandes y estaban llenas de pequeñas manchas de color marrón. A Miguel le gustaban mucho las manos de su abuelito. El las quería tener así cuando fuera mayor. Unas manos fuertes, calientes y arrugaditas como las sábanas de su cama cuando se levantaba por la mañana.

Hoy, Miguel estaba muy enfadado. Era sábado y los sábados venían los abuelitos a casa. Desayunaban juntos un buen tazón de leche y se iban él y su hermana Almudena a jugar con ellos al parque, mientras Mamá y Papá aprovechaban para ir de compras.

Como todos los sábados, compraron el periódico al señor alto de bigote y estaban ya en el parque, con otros niños que vivían cerca de allí. Miguel estaba enfadado porque Almudena no quería jugar a la pelota. Ella siempre llevaba su muñeca preferida y unos vasitos y platos de plástico para jugar a cocinitas con la arena y las hojas que había en el suelo ¡Almudena era una pesada! Con las manos metidas en los bolsillos, Miguel le dio una patada a su pelota amarilla y la hizo rodar hasta los pies del abuelito, que leía el periódico en un viejo banco de madera. Sus manos doblaron el periódico, cogieron la pelota y dieron algunos golpecitos en el banco para que Miguel se sentara allí.

  • ¿Qué le pasa a tu cara? – Dijo a su nietecito.
  • Nada – Miguel se tocó la mejilla con los dedos pensando que se había ensuciado de arena.
  • Entonces, ¿por qué está tan enfadada?
  • ¡Porque Almudena es tonta!
  • ¡Ah! ¿Almudena es tonta?
  • Sí. No quiere jugar a la pelota conmigo ¡Siempre está con sus muñecas y sus cocinitas! ¡Es un rollo! Y, además, no sabe jugar.
  • Miguel – el abuelito lo abrazó con cariño -, Almudena es más pequeña que tú y le gustan mucho las muñecas.
  • ¡Es una pesada y una pequeñaja! ¡Ojalá fuera un hermanito y no una niña! ¡Me lo pasaría mucho mejor!
  • Espera un momento aquí sentado. Vamos a hacer algo especial para arreglar todo este problema.

Antes de que Miguel pudiera decir algo, el abuelito se levantó y se dirigió hacia el lugar donde jugaban Almudena y la abuelita. Les dijo algo al oído, les dio un beso y regresó al banco de madera.

  • ¡Vamos! – Dijo a Miguel
  • ¿Qué vamos a hacer? – Saltó del banco y corrió al lado del abuelito
  • Te voy a enseñar algo.
  • ¿El qué?
  • ¡Ya lo verás!

El parque era muy grande y dieron un buen paseo. Miguel seguía enfadado con su hermana. No soportaba que estuviera todo el tiempo jugando a las muñecas y mucho menos que no supiera jugar al balón. El abuelito intentó calmarlo pero hoy, Miguel estaba muy, muy enfadado.

Al cabo de un rato, llegaron a los campos de juego donde unos niños mayores jugaban al fútbol con un balón de los de verdad. Se lo estaban pasando muy bien y gritaban alegres mientras se lanzaban el balón unos a otros. El abuelito se acercó a uno de ellos y lo llamó.

  • Hola. – Dijo el niño mayor secándose con la mano el sudor de la cara.
  • Hola – Respondió el abuelito – ¿Cómo va el partido?
  • ¡Muy bien! Aunque somos pocos y el campo es demasiado grande – Contestó suspirando con fuerza por lo cansado que estaba. – ¿Qué es lo que quiere?
  • Jugar con vosotros.

El niño mayor se quedó sorprendido. Miró al abuelito y a Miguel y pensó que le estaban tomando el pelo.

  • ¿¡Jugar con nosotros!?
  • ¡Claro! ¿No me has dicho que sois pocos? – el abuelito sonrió- ¡Podemos divertirnos mucho!

El resto de amigos se acercaron y cuando supieron qué ocurría empezaron a reírse y a burlarse del abuelito.

  • ¡Eres demasiado viejo!
  • ¡Seguro que no sabes jugar!
  • ¡No aguantarías ni un minuto con nosotros! ¡Vete a pasear con tu nietecito!

Los niños se reían y a Miguel no le gustó. Se burlaban de su abuelito, eran malos, le estaban insultando.

  • ¡Dejad a mi abuelito! ¡Juega al futbol mucho mejor que vosotros!
  • ¡Mirad a este pequeñajo! ¿Tú también quieres jugar? – gritó uno de los chicos empujando a Miguel – ¡Puedes jugar de balón!.

Miguel levantó la mano para pegarle pero el abuelito le sujetó con fuerza y se lo llevó lejos de allí.

  • Déjalos Miguel, tienen razón. Soy demasiado mayor y tú demasiado pequeño para jugar con ellos.
  • Pero ¡sabemos jugar!
  • ¡Claro! Pero ellos juegan mucho mejor que nosotros y seguro que se aburrirían.
  • ¡Seguro que no! Y además, no tenían porque insultarte.

Siguieron paseando cogidos de la mano alejándose del campo de fútbol.

  • Abuelito.
  • Dime, Miguel.
  • ¿Por qué se han portado tan mal contigo?
  • ¿Tú, por qué crees que lo han hecho?
  • Supongo que porque son unos egoístas.

Los dos se sentaron en un banco. Unos perros jugaban cerca de allí. Corrían de un lado a otro y perseguían los trozos de madera que sus amos les tiraban. El abuelito señaló a un pequeño cachorro que molestaba a los perros mayores tirándose encima de ellos.

  • Fíjate, Miguel. Ese pequeño perro quiere jugar.
  • Se van a enfadar con él. Les está molestando.
  • Verás cómo no.

De repente, uno de los perros grandes se tiró encima del cachorro y le empujó con la cabeza. Parecía que iba a hacerle daño, pero el pequeño se revolvió y cogió con sus patas la cabeza del otro. Otro empujón hizo rodar al cachorro por el suelo. Se puso de pie otra vez y volvió a lanzarse sobre el mayor.

  • ¡Está jugando con él! – gritó Miguel.
  • Claro – dijo el abuelito – El perro grande sabe que el cachorro quiere jugar y aunque no le apetece nada, respeta al pequeño y le entretiene un rato. Así, el pequeño disfruta de lo lindo.
  • ¡Cómo debe querer el cachorro al perro grande!
  • Seguro que sí.

Se levantaron del banco y siguieron paseando. Miguel miró al abuelito y le dijo:

  • Si los niños mayores del fútbol nos hubieran dejado jugar, nos habríamos hecho amigos, ¿verdad?
  • Sí – dijo el abuelito – tanto como los dos perros que hemos visto.
  • ¿Por qué?
  • Porque aunque no jugáramos tan bien como ellos, lo entenderían y no les molestaría. De esta forma, se divertirían ellos y nosotros también.

Estaban ya cerca de donde jugaban Almudena y la abuelita. Miguel miró a su hermana, dio un beso al abuelito, recogió el balón y se acercó. Almudena se levantó y le preguntó de dónde venían. Hablaron un rato, Miguel dejó el balón y se puso a jugar con su hermana en el suelo.

La abuelita se acercó al abuelito, lo miró extrañada, y él, sonriendo, le indicó que se fijara en los niños.

Miguel y Almudena habían dejado los juguetes en el suelo y cogiendo la pelota amarilla, empezaban a jugar juntos.

  • ¡Pásamela Miguel!
  • ¡A ver cómo le das, Almudena! ¡Te voy a enseñar a jugar!
  • ¿Desde cuándo le gusta jugar a Miguel a las cocinitas? – Preguntó la abuelita
  • Desde que se ha dado cuenta de que así se lo pasará tan bien como el pequeño cachorro y no será tan tonto como los chicos mayores que jugaban al fútbol.

5 comentarios en “Con los abuelitos en el parque

  1. Muy buen post, Jaime, gracias. Leyendo entre lineas veo que hablas de empatía, de confianza. de autoridad, de humildad. Todo en este relato puede aplicarse a nuestro día a día. Mientras llegamos a convertirnos en abuelitos, deberíamos ir practicando eso tan bonito que es dedicar tiempo a los demás y generar entornos donde la persona pueda tomar sus propias decisiones y asi, desarrollarse. Fíjate qué diferente hubiera sido si el abuelito hubiera dicho algo asi como «ah, que estas enfadado? Pues venga, todos a casa castigados hasta que recapaciteis!»

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