Si es tan sencillo, ¿por qué cuesta tanto?

El conflicto de no saber escuchar

Los humanos no sabemos escuchar y nos negamos a reconocerlo. Pregunta a quien quieras y casi siempre recogerás las mismas opiniones: `Claro que es importante escuchar´, `yo lo hago´, `los demás no lo hacen´,… Del dicho al hecho hay mucho trecho y en este tema, esta frase tiene un protagonismo preocupante.

Sólo basta con echar la vista atrás y revisar las últimas reuniones en las que hemos participado. Con este sencillo ejercicio de memoria, encontraremos con mayor frecuencia, actitudes dirigidas a dar una opinión que a entender el porqué de la opinión de otros. Seguro que vives muchas experiencias en las que la discusión se provoca por la intención de confrontar opiniones, como si de una lucha cuerpo a cuerpo se tratara: `Yo pienso esto´, `pues yo no estoy de acuerdo porque pienso aquello´, `pues no tienes ni idea porque lo que es cierto es esto´, `aquí mando yo y lo que prevalece es aquello´,…

La tendencia de utilizar el `heurístico´.

Un heurístico es una regla que se sigue de manera inconsciente para reformular un problema planteado y transformarlo en uno más simple y fácil de resolver. Es una estrategia que utilizamos mentalmente para llegar a conclusiones rápidas sin tener que realizar el esfuerzo que supondría analizar todos los factores que intervienen en dicha conclusión. Es una buena y necesaria estrategia cognitiva porque nos ahorra tiempo y esfuerzo; pero también es clave ser consciente de que el heurístico es el padre de los juicios de valor precipitados.

Si te detienes a pensarlo unos segundos, te darás cuenta de que es muy habitual que ante un hecho concreto, desarrollemos con rapidez una conclusión que posteriormente, es posible que nos demos cuenta de que no ha sido correcta porque no ha tenido en cuenta determinados factores. Además, estarás conmigo en que en el momento que lanzamos una opinión, nos vemos `obligados´, por orgullo o por otras razones, a defenderla ante quienes la han oído y que aunque no tengamos razón, nos mantenemos en nuestros trece hasta que no nos queda otra.

Somos así, nos gusta lanzar opiniones, posicionarnos ante los demás, defender nuestras ideas con toda la argumentación de la que somos capaces.

Un primer problema deriva de que es posible que no tengamos razón.

¡Qué poco nos gusta que nos pase esto! Pero, es que ¡nos lo ganamos a pulso! La teoría nos dice que es muy bueno reconocer que nos equivocamos, que esa actitud nos ayuda a crecer; sin embargo, ¡cómo cuesta hacerlo!, es como si nos ganaran una batalla, incluso, déjame exagerar un poco, como si nos humillaran.

Sí ya sé que a ti no te pasa eso, pero estarás de acuerdo conmigo que a otros sí. Y que esos otros, cuando se ven `obligados a reconocer su error´ suelen tener pensamientos del tipo: `a la próxima, verás´. Cuando pienso que esto ocurre habitualmente y lo compruebo personalmente, me hace pensar que es posible que buena parte de los conflictos interpersonales que se dan en las empresas vienen precisamente de ahí.

Un segundo problema deriva de que al posicionarnos, no aprendemos.

Si me enfrasco en una opinión contraria a la de otra persona, condiciono que la discusión se centre en `tengo razón y tú no´. Esto supone una barrera a conocer aquello que hace que tenga o no razón.

Escuchar antes de opinar es una práctica muy sana. Antes de dar una opinión, qué bueno es sondear al otro, no sólo averiguar qué piensa sino, fundamentalmente, entender por qué piensa lo que piensa.

Me lo enseñaron mis maestros e intento compartirlo desde hace años con las personas que han formado parte de mis equipos. `Antes de opinar, pregunta, sondea, entiende al otro; ya tendrás tiempo de dar tu opinión y seguramente, cuando lo hagas, será mucho más acertada que la que podrías haber dado de inicio´.

Es una recomendación que siempre ha dado buen resultado. Con ella se han evitado conflictos, se ha conseguido actuar de forma profesional y se ha aprendido mucho más de lo que podría haberse pensado antes de aplicarla. Pero además, se han mejorado las relaciones profesionales.

Si veo que me escuchas, confiaré más en lo que me dices.

Si tú y yo estamos tratando algo importante para ambos y antes de que me des tu opinión, me preguntas por la mía y compruebo que te preocupas por saber por qué pienso eso y cuáles son las circunstancias que la han condicionado, me daré cuenta de que te interesas por lo que pienso y por lo que sé. Esto hará que mi predisposición a escucharte a ti aumente y que lo que hablemos no derive en una discusión sino en una valoración de hechos.

¡Hasta es posible que termine llegando a la conclusión que tú tenías en mente desde el principio! Es decir, si sabes preguntarme, me permitirás reflexionar y reajustar mis opiniones. Y aún más, a ti te vendrá muy bien que sea yo quien afirme lo que tú pensabas porque así, mi implicación en ello será mucho mayor.

Si te escucho, correré menos riesgo de equivocarme.

Si somos conscientes de que son muchos los momentos en los que tenemos que admitir que nos hemos equivocado por dar una opinión precipitada, ¿no será beneficioso obtener información clave antes de opinar?

Un buen amigo mío decía: `Si opinas antes de escuchar, te excusarás con mucha más frecuencia que si escuchas antes de opinar´.

¡Qué gran frase y qué poco se utiliza!

 

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