En ocasiones, el silencio grita tan alto que es difícil escucharlo
Recuerdo que, hace tantos años ya, cuando mis hermanos y yo regresábamos a casa con el “boletín de notas” bajo el brazo, nos enfrentábamos a lo que nosotros llamábamos “el silencio de papá”.
Él solía estar en el salón leyendo algún libro o periódico y nuestra madre nos empujaba a entrar en la sala y enseñarle las notas. A mi eso me costaba un auténtico triunfo porque era frecuente que alguna de las asignaturas mostrara algún resultado “poco representativo” del esfuerzo que se suponía que debía haber hecho.
Cuando esto era así, mi padre tomaba el boletín con sus manos, dejaba transcurrir unos segundos que para mí eran interminables con un silencio que me hubiera gustado romper de alguna forma, y me devolvía la hoja firmada con un escueto, contundente e inolvidable (aún lo recuerdo hoy con una gran carga emocional), “tú mismo”.
Ese escueto “tú mismo” me ha acompañado durante toda mi vida. Fue una forma en la que mi padre fue capaz de hacernos ver que todo lo que nos ocurre, salvo raras excepciones que las hay, es causa de lo que decidimos hacer y hacemos. Con dos palabras y una buena dosis de silencio, se convirtió en maestro de la responsabilidad.
Nosotros decidimos hacer o no hacer, podremos equivocarnos en una decisión pero no podemos eludir la responsabilidad de las consecuencias que se derivan de ella.
Sorprende ver cómo ya en el mundo de los adultos, esa frase con su dosis de silencio, sigue siendo tan necesaria.
Gracias Marielos. Otro abrazo para ti
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Esa dosis de silencio es tan necesaria en el diario vivir, difícil es saberla usar.
Me encanto la columna! Un abrazo
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