MARÍA Y SU OSITO MIMO (Jaime Ros Felip, 1997)
María se acostaba siempre con la luz encendida. Tenía miedo y no sabía por qué. Todas las noches, Mamá y Papá rezaban con ella y le daban un beso al acostarse.
- Deja la luz encendida, Mamá –pedía siempre tapándose hasta el cuello con las sábanas.
- Algún día tendrás que aprender a dormirte sin luz. Tienes ya cinco años –le decía Mamá al salir de la habitación.
- Todavía no, Mamá. ¡Te prometo que dentro de poco lo haré!
Pero no se atrevía. Todas las noches, necesitaba la luz para cerrar sus ojos y dormirse acompañada de Mimo, su muñeco preferido. Mimo era un despeinado osito de peluche, de pelo marrón, ojos grandes, bracitos cortos y regordetes y que, por nariz, tenía cosido un botón de un viejo abrigo de Mamá.
A María le gustaba mucho abrazar a Mimo, hablarle y cantarle canciones. Pero él nunca le contestaba y María sabía que algunos muñecos hablaban. Se lo había dicho su hermano mayor.
José, con sus grandes ocho años, le contaba a su hermanita que él soñaba todas las noches con sus juguetes preferidos. A María le habría gustado soñar con sus muñecos. ¡Parecía tan divertido cuando se lo oía contar a su hermano José! Pero Mimo no hablaba. No soñaba con ella a pesar de que lo abrazaba muy fuerte por la noche y le contaba cosas apoyando la boca en sus graciosas orejitas de peluche.
Una noche, un ruido horroroso despertó a María. Llovía y se oían truenos muy fuertes. La luz estaba apagada y se asustó. Papá siempre la apagaba mientras ella dormía y cerraba la puerta de su habitación.
- ¡Mamá! –Dijo en voz alta mientras sonaba un trueno espantoso.
Estaba lloviendo mucho y nadie la oía. Volvió a gritar y se levantó de la cama muy asustada para encender la luz, pero no la encontró. Tampoco encontró la puerta y tuvo que esconderse en una esquina, acurrucada y temblando de miedo. No veía nada y ya no se atrevía a gritar más. Estaba muy asustada y abrazaba con fuerza sus rodillas, cuando, de repente, alguien le dio unos golpecitos suaves en la pierna.
- ¿Por qué lloras, María? –ella no se atrevía a decir nada.
- ¿Por qué te has ido de la cama? ¿Por qué me has dejado solo? –Algo muy suave le acariciaba la rodilla.
- ¿Quién eres? –Preguntó María intentando ver con los ojos muy abiertos.
- ¡Quién voy a ser! ¡Soy Mimo!
- ¿Mimo? –María cogió de la mano al osito de peluche y lo estrechó entre sus brazos.
- ¿Por qué lloras? –volvió a preguntar.
- Tengo miedo.
- ¡Siempre tienes miedo! –dijo el osito secando con su mano las lágrimas de su amiga.- Tienes tanto, tanto miedo que no nos dejas jugar en tus sueños.
- ¡Yo quiero que juguéis conmigo! ¡José tiene juguetes que juegan y yo no!
- ¡Claro! Porque tu hermano no tiene miedo y tú sí. –María se quedó callada. No entendía por qué le decía aquello Mimo.
- Los muñecos jugamos, reímos y hablamos –el osito habló muy serio- Pero no podemos si tú no nos dejas.
- ¡Yo sí os dejo! –dijo María enfadada.
- No, no nos dejas. Nosotros necesitamos entrar en tus sueños por la noche, para jugar y no podemos si hay luz. –Mimo cogió con sus manitas la cara de María y le hizo cosquillas con la nariz- Como tienes miedo, te acuestas con la luz encendida y nosotros no podemos jugar contigo.
- ¡Pues yo quiero que estéis en mis sueños! –María cerró los ojos y dio un beso al osito, sin acordarse de los truenos, ni de la lluvia, ni del miedo.
A la noche siguiente, se estaba limpiando los dientes cuando su Mamá entró en el cuarto de baño.
- ¿Has terminado ya, cariño?
- Sí, Mamá –se fue corriendo a la cama y se tapó con las sábanas abrazando muy fuerte a su osito de peluche.
- Que descanses, hija –Mamá y Papá le dieron un beso después de rezar y dejaron la puerta entreabierta.
- ¡Mamá!
- ¿Qué quieres?
- Apaga la luz, por favor.
- ¿Hoy no tienes miedo? –dijo Mamá sorprendida.
- No –María sonrió-. No tengo miedo y hoy ¡voy a soñar mucho, mucho, mucho! –Y se durmió abrazada a Mimo y a los sueños que no tardaron en llegar llenos de juegos, risas y de todos sus muñecos.

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