Puede convertirse en un aliado inestimable de nuestro hacer o volvernos ingobernables.
Es cierto que a muchos no les hace falta que les pregunten para que lancen su opinión sino que lo hacen con frecuencia y, por desgracia, muchas veces sin tener conocimiento o criterio suficiente para dar una aportación legítima o deseada en ese momento.
Y es curioso cómo nuestro cerebro, cuando se enfrenta a esa pregunta: pone en marcha mecanismos que tratan de buscar referencias en su interior que le permitan entender y ubicar la pregunta que le realizan y se lanza a un proceso de interpretación complejo, que termina en la emisión de un juicio acertado o no.
Si un psicólogo nos ofreciera la explicación de cómo funciona todo esto, nos diría seguramente que se trata de un complejo proceso cognitivo que integra a su vez varios procesos tanto de ámbito interno como externo. Nos llevaría por un mundo lleno de palabras que teniendo un significado claro para los expertos, con gran probabilidad nos llenarían de confusión: esquemas, ejemplares, heurísticos, sesgos, inferencias, etc.
Lo que pretendo traer a este artículo es algo cotidiano de lo que creo que podemos sacar algunas reflexiones de interés.
Es algo que provocado por situaciones como la que se desencadena con la pregunta “y tú, ¿qué opinión tienes de esto?” y que me permite invitar a un personaje inquietante que no es otro que “Mi Yo Virtual”.
¿Quién es “mi yo virtual”?
Se trata de una parte de nosotros que reinterpreta situaciones del escenario en el que nos encontramos, nos pone `nota´ y nos propone cómo actuar.
Cuando evaluamos algo que ha ocurrido, que está ocurriendo o que va a ocurrir, estamos invitando consciente o inconscientemente a que actúe nuestro yo virtual.
Incluso hay quien le invita por entretenimiento como ocurre con el amigo invisible que muchos niños utilizan para llenar de contenido sus juegos y como ocurre también con más adultos de lo que podríamos pensar.
Es una parte de nosotros que tiene su propia entidad.
Él ha ido aprendiendo al mismo tiempo que lo hemos hecho nosotros y poco a poco, se ha convertido en una parte nuestra que actúa como abogado defensor, como fiscal, como amigo o con otros muchos y apasionantes roles. Incluso para algunas personas adopta un aspecto físico imaginado ya sea porque lo relacionan con algún conocido, lo extraen de algún personaje de ficción o sencillamente porque han destinado tiempo a recrearlo según les ha apetecido.
La mayoría de las veces es un yo virtual sin aspecto físico imaginado. No estoy hablando de Pepito Grillo, de la voz de la conciencia, sino de alguien nuestro que ha adquirido los criterios suficientes como para emitir juicios sobre lo que hacemos nosotros o lo que hacen los demás y que los emite intentando aleccionarnos, guiarnos, corregirnos o incluso reforzando aquello que él considera que estamos haciendo bien.
Las personas que tienen un yo virtual bien desarrollado y coherente, acuden a él con frecuencia en sus momentos de reflexión porque saben que con él consiguen hacer una evaluación más acertada de lo que les preocupa que sin él.
También hay casos en que ese yo virtual no está bien desarrollado y en vez de guiarnos nos complica la existencia o incluso, hablo ya de situaciones patológicas, el yo virtual adquiere un protagonismo y una entidad tan acusados que nos lleva directamente a la esquizofrenia (¡¡el personaje Gollum-Sméagol de Tolkien es un claro ejemplo de ello!!)
Todos tenemos un yo virtual (¡¡o incluso varios!!) pero en unas personas es alguien más presente conscientemente que en otras. Cuando nos decimos “tengo que sentarme a pensar esto con detenimiento”, estamos llamando a nuestro yo virtual y convocándolo a una reunión con nosotros mismos para que nos de su opinión sobre algo en concreto.
¿Para qué hablar de esto en artículos que habitualmente tratan de proyectos?
Porque el yo virtual explica muchos aciertos y fracasos profesionales y porque puede ser un instrumento al servicio de cualquiera de nosotros.
Cuando por nuestro tipo de actividad, trabajamos con profesionales de diferentes compañías en proyectos concretos, tenemos la inestimable suerte de enfrentar nuestro yo virtual al de estos profesionales. Es decir, confrontamos opiniones, experiencias, conocimientos…, al fin y al cabo, criterios.
Durante estos proyectos intervenimos buscando diferentes consecuencias: diseño de políticas concretas, ajustes de sistemáticas, desarrollos para el área de recursos humanos, formación de profesionales, reevaluaciones organizativas,…
Y siempre, invariablemente siempre, no sólo nos encontramos con el yo virtual de otros, sino que nos vemos enfrentados a la exigencia de ayudar a corregir, a ajustar o incluso a remodelar ese yo virtual para garantizar que la eficacia profesional, el resultado de la contribución, aumente y no se desvíe de la estrategia y objetivos marcados por la empresa.
No hace muchos días, un conocido nos decía:
- Habláis de muchas piezas: criterios, actualmente estáis lanzando al mercado ese concepto vuestro de La Caja Negra, y ¿¿ahora nos vienes con la historia del yo virtual?? ¿No se trata del mismo perro pero con distinto collar?
Tuvimos que invitarle a café y bollo para que aceptara escuchar nuestra respuesta y le trasladamos tres definiciones básicas:
- Criterios: modelos que utilizamos para interpretar las realidades a las que nos enfrentamos ya sean profesionales, sociales, familiares o personales.
- Caja Negra: es un modelo en sí mismo, está integrado por el conjunto de variables que intervienen en un escenario profesional y las interrelaciones que se han producido, se producen o pueden llegar a producirse entre ellas.
- Yo virtual: conjunto de criterios y creencias que guían la forma en la que interpretamos una realidad, situación o escenario.
Nuestro conocido no protestó ante esta explicación, de hecho se tomó con tranquilidad café y bollo y dijo algo que nos llenó de satisfacción:
- Ahora lo entiendo. Entonces, a lo que os referís es que todos utilizamos nuestros criterios en ese yo virtual, aunque no sean necesariamente los adecuados, ¿no?
¡No podía haberlo explicado mejor!
El yo virtual que todos tenemos dentro de nuestra cabeza reúne los criterios con los que interpretamos una situación pudiendo acertar o fallar en esa interpretación.
Sorprende ver que cuando tiramos de él conscientemente, nos ayuda a hacer interpretaciones más adecuadas que cuando le dejamos actuar inconscientemente, al menos en un porcentaje nada despreciable de casos.
Sorprende también comprobar cómo muchos yoes virtuales no son eficaces o incluso son dañinos, porque no se han “educado conscientemente” pudiendo tener, en casos más extremos, una clara desvinculación con los valores básicos de la propia persona (algo parecido al hacer sin pensar).
Entonces, ¿por qué llamarlo `yo virtual´ y no conformarnos con `criterio´?
Cuando a alguien le dices que debe ajustar sus criterios se sorprende menos que cuando le dices que para ajustar sus criterios, debería hablar con su yo virtual.
Nuestra profesión nos obliga a identificar, definir y a engranar criterios óptimos en procedimientos, sistemáticas y otros componentes relacionados con las formas de actuar de diferentes poblaciones de profesionales.
Lo cierto es que no basta con haberlos identificado, definido y engranado, sino que es necesario implantarlos y, para eso, necesariamente, debemos ayudar a los profesionales a que los conozcan, los valoren, los asuman como válidos, se responsabilicen de ellos, se comprometan a aplicarlos y lo hagan realmente.
Suelo decir que en nuestro sector hay dos grandes batallas: la del diseño-ajuste y la de la implantación-consolidación.
Precisamente es en esta última donde tiene un papel importante el yo virtual porque es él quien contiene los criterios con los que los profesionales se enfrentan a su trabajo y por lo tanto, es causa de muchas de las consecuencias internas y externas que se producen en los ámbitos empresariales.
Si fuera capaz de ajustar mi yo virtual a las exigencias del escenario profesional que debo resolver, y garantizar que posee los criterios clave y relevantes que deben utilizarse, habría conseguido un aliado inestimable que me alertaría sobre riesgos y oportunidades, que me anticiparía errores, en definitiva, que me ayudaría a obtener mejores resultados con menores costes.
Para conseguirlo pueden utilizarse muy variadas estrategias y cada cual, y cada empresa, sigue las que considera más acertadas en función de su propia cultura y aspiraciones (aunque hay ciertas empresas que ni siquiera se lo plantean).
Estas estrategias pueden incorporar elementos que faciliten su implementación y a nuestro juicio, y por nuestra experiencia, trabajar con fórmulas tipo yo virtual ayudan a concienciar, implicar y a comprometer.
Hace poco tiempo participé en una reunión con la dirección comercial de cierta compañía. En esa reunión tratábamos fórmulas para revertir determinadas tendencias inesperadas en la evolución de cuotas de negocio. El director comercial apostó por incluir una de esas fórmulas en el momento en que se hubiera conseguido alcanzar una meta concreta. Uno de los presentes le recomendó no actuar así y para ello expuso una argumentación muy bien hilada. El director reflexionó y dijo:
- No había reparado en ese criterio. Es importante tenerlo en cuenta. Hay que trasladarlo al resto del equipo.
¿Qué había ocurrido?
El yo virtual de uno de los presentes en la reunión, alertó al yo virtual del director comercial y éste aceptó el nuevo criterio, recomendando incluso que se trasladara a los yoes virtuales de los integrantes del equipo.
Se puede trabajar con él y reporta muchos beneficios.

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