EL AULA CONGELADA (Jaime Ros Felip, Marzo de 2.008)
Los alumnos se enfrentan a uno de los muchos exámenes de esta semana. En un lado, caras de preocupación, en el otro, sorpresa ante la dificultad de las preguntas, más allá, suspiros de resignación. Un alumno se decide a dejar el papel en blanco ante la escrutadora mirada del profesor.
- Carlos, ¿qué ocurre? Lo de siempre, ¿no? Sigues empeñado en ser el más vago de la clase. A este paso, repites.
Pero el alumno no responde, se ha quedado paralizado, a medio camino entre estar sentado y de pie. El silencio se ha instalado en el aula. El profesor levanta las cejas sorprendido y mira aquí y allá.
- ¿Carlos?
Pero el alumno se obstina en no responder, en estar quieto como si fuera una estatua de piedra. El profesor se levanta sintiendo cómo un frío escalofrío le recorre la espalda. Todos se han quedado quietos, inmóviles. Una mano sujeta el bolígrafo a unos milímetros del papel, otra parece no poder terminar de ordenar el pelo de un flequillo rebelde, a la derecha, una mirada se ha quedado fija en el techo. Nadie respira, nadie se mueve, el silencio lo invade todo.
- ¡Dios Santo! ¿Qué está ocurriendo? – El profesor se alarma. Se acerca a sus alumnos – ¡Gloria!, ¡Eduardo!, ¡Jesús!, ¡María, muévete! – Pero ni María ni Gloria ni Eduardo ni Jesús, ni ninguno de los otros se mueve. Todos se ha quedado como estatuas, con el gesto y el cuerpo congelados.
Corre hacia la puerta, intenta abrirla. No puede. Se va hacia las ventanas, el patio está desierto, ningún ruido, ningún movimiento. Se da la vuelta y observa de nuevo a sus alumnos. No sabe qué hacer. Se apoya en el borde de su mesa sintiéndose mareado.
- Bienvenido al examen – Una voz salida de no sabe dónde, le sorprende.
- ¿Qué?
- Bienvenido al examen
- ¿Quién es? ¡¿Quién está ahí?! ¡¿Qué significa todo esto?! – Mira hacia las paredes, hacia el techo, hacia cada uno de sus alumnos buscando una explicación a la profunda voz que ha salido no sabe de dónde.
- A todos nos llega el momento de enfrentarnos a nuestro propio examen. Ahora es el momento de que tú te enfrentes al tuyo.
Intenta articular alguna palabra, pero la incomprensión de lo que está sucediendo, la sensación de vivir algo irreal se lo impiden.
- Siéntate. – La voz tiene autoridad, tanta que no puede evitar obedecer. Da la vuelta a su mesa y se sienta en la silla sin saber hacia dónde mirar. – Vamos a analizar tus resultados. Tienes tres materias y vamos a darte la nota que has conseguido.
- ¿Tres materias? Pero, ¿de qué me estás hablando?
- Tú eres profesor en este colegio y estos son tus alumnos, ¿es así?
- Pues…, claro.
- Tú estás aquí para conseguir que tus alumnos aprendan, ¿es así?
- Ese es mi trabajo. – Responde intentando recobrar el control en sí mismo.
- Tus alumnos aprenden si adquieren los conocimientos que están estipulados, ¿no es así?
- Sí, claro, ya he dicho que ese es mi trabajo.
- Pero además, tus alumnos aprenden si adquieren las habilidades necesarias para poder enfrentarse a situaciones relacionadas con las materias que les impartes, ¿no es así?
- Sí.
- Y, por supuesto, tus alumnos aprenden si desarrollan actitudes adecuadas al esfuerzo que se requiere de ellos.
- Sí, así es. – Se rasca la cabeza moviendo la mirada de un lado a otro.
- Esas son las tres materias de tu examen: conocimientos, habilidades y actitudes.
- ¿De qué examen? ¿Quién tiene que examinarme a mí?
- Mira a tus alumnos – exige la voz – ¿Poseen los conocimientos que debieran tener en este momento del curso?
- ¡Son unos vagos!
- ¿Los poseen? – Insiste la voz.
- ¡No!, ¡claro que no poseen los conocimientos! De hecho, me parece que vamos a tener otra vez muy pocos aprobados.
- Entonces, tu nota en conocimientos es claramente un suspenso.
- ¿¡Cómo dices!? ¿Quién eres?, y ¿cómo te atreves a decir eso?
- Tus alumnos, ¿saben utilizar con acierto los conocimientos que adquieren contigo?
- No entiendo – No sabe si dejar fluir el enfado que va sintiendo interiormente.
- ¿Han desarrollado las habilidades necesarias para utilizar adecuadamente los conocimientos?
- ¡Ojalá fuera así! ¡Son una pandilla de inútiles! ¡Hasta los mejores dejan mucho que desear!
- Entonces, tu nota en habilidades es claramente un suspenso.
- Esto es una broma, ¿no?
- Tus alumnos, ¿muestran interés por la materia que les impartes?, ¿se les ve con ganas de aprender y de destinar esfuerzo a su aprendizaje?
- ¡Ya he dicho que no!
- No, aún no lo habías dicho.
- Pues, la respuesta es ¡no! No se aplican, no les interesa nada, ¡pasan de todo! Desde hace meses siguen ahí, mareando la perdiz, preocupados por tonterías y sin hacer el más mínimo esfuerzo.
- Entonces, tu nota en actitudes es claramente un suspenso.
- ¡Estupendo! ¡Ya me habéis puesto nota! ¡Suspenso en conocimientos, habilidades y actitud! Y todo porque me ha tocado en suerte a una pandilla de vagos adolescentes sin más interés que tontear entre ellos y hablar de tonterías!
- Otros compañeros tuyos, con grupos también de adolescentes, han sacado muy buena puntuación en el examen.
- ¡Ellos han tenido suerte! ¡A mí me ha tocado el grupo peor!
- Es tu responsabilidad, conseguir que aprendan, que obtengan conocimientos, desarrollen habilidades y generen una actitud adecuada. Si no lo consigues es que no vales. Tu nota es un suspenso en las tres materias.
- ¡Es imposible conseguir que todos alcancen ese aprendizaje!
- Es difícil conseguirlo, pero no imposible. Para eso estás tú aquí y tu nota depende de lo que consigues que ellos hagan en las tres materias.
- ¡Me gustaría verte a ti aquí intentándolo!
- Yo no soy profesor, tú sí. No es mi responsabilidad, es la tuya. Además, la escogiste tú. Fuiste tú quien decidiste dedicarte a esto y aceptaste hacerlo aquí y ahora.
- ¡¿Crees que todos estos son capaces de aprender algo?! – Señala con enfado a sus alumnos, quienes siguen congelados, ajenos a lo que está ocurriendo.
- Quizá todos no. Pero es seguro que muchos sí. Depende de ellos y depende de ti. Cuando suspendes a tantos ellos fracasan y tú también. Recuerda que otros compañeros lo consiguen. Tú no. Deberías pensar más en lo que haces o no haces tú y no destinar tanto esfuerzo a criticar lo que hacen o no hacen los demás.
- ¡No tienes ni idea! ¡Esto es más difícil de lo que parece! ¡Son vagos, adolescentes, sin interés, sin valores,…!
- Te estás justificando a ti mismo y sigues sin enfrentarte a la realidad de tus notas. A pesar de todo lo que dices, sigues siendo su profesor. Quizá los que han tenido mala suerte han sido ellos, no tú.
- ¡Me encantaría ver cómo suspendes al resto de mis compañeros!
- Eres de los pocos que han suspendido con tan baja nota. Y probablemente, eres el que menos lo acepta. Nosotros ya hemos hecho nuestro trabajo.
- ¿Qué trabajo? ¿Suspenderme? – Espera respuesta pero ésta no llega. El silencio domina el aula. – ¡Oye, respóndeme! ¡No puedes irte así! – Nada ni nadie contesta – ¡Eres un cobarde, vienes, hablas sin mostrarte y te vas así!
Sigue atento durante unos segundos, pero la voz ya no vuelve. El enfado se va desvaneciendo y mira a sus alumnos. El movimiento vuelve al aula, Carlos se está levantando, le mira y le responde.
- Lo siento profesor, no sé qué responder. No he estudiado.
Coge su mochila, se la echa al hombro y sale de clase con la cabeza baja. Varios ojos le miran, entre ellos los del profesor. Una lágrima se desliza en silencio por su mejilla.

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