En las empresas medimos casi todo: los resultados, la productividad, la satisfacción del cliente, el clima laboral…, pero hay algo que sigue escapando a los indicadores más precisos: la calidad del trabajo en equipo.
Sin embargo, todos intuimos cuándo un equipo funciona y cuándo no. Lo notamos en los pasillos, en las reuniones, en la forma en que las personas se escuchan o se interrumpen.
Entonces, ¿se puede medir el trabajo en equipo?
Yo creo que sí. Pero no con los instrumentos habituales, porque el desempeño colectivo no se refleja solo en los resultados, sino en las condiciones que los hacen posibles. Especialmente en ellas. Al fin y al cabo, los resultados con consecuencia de algo y, en este momento, ese «algo» lo llamamos calidad del trabajo en equipo, ¿no es así?
A lo largo del tiempo he aprendido que un equipo saludable y eficaz se sostiene sobre tres grandes bloques de condiciones:
- Condiciones mínimas.
Son las que permiten que el equipo exista y funcione: objetivos claros, roles definidos, liderazgo estable y disponibilidad de recursos.
Sin estas condiciones, el equipo no arranca; la energía se disipa en resolver lo básico.
- Condiciones críticas.
Son las que determinan si el equipo avanza o se estanca: la calidad de la comunicación, la confianza mutua, la interdependencia real y la gestión constructiva del conflicto.
Aquí es donde se marca la diferencia entre un grupo funcional y un equipo de alto rendimiento.
- Condiciones de excelencia.
Son las que hacen que un equipo inspire, aprenda y se renueve: propósito compartido, cultura de feedback, innovación colaborativa y seguridad psicológica.
Estas condiciones no siempre son visibles desde fuera, pero se perciben en los equipos que se desafían sin miedo y celebran sin vanidad.
Medir el trabajo en equipo, por tanto, no es contar resultados, sino observar la calidad de estas condiciones.
Se puede hacer con herramientas, encuestas o análisis de comportamiento, pero lo importante es entender que lo que se mide no son las personas, sino las relaciones.
Porque lo que diferencia a un equipo de un grupo no es lo que cada uno hace, sino lo que ocurre entre ellos. Y eso, aunque sea difícil de cuantificar, puede evaluarse, mejorarse y celebrarse.
En definitiva, sí: el trabajo en equipo se puede medir, pero hay que saber hacerlo.
En la última entrega de esta serie compartiré una reflexión final sobre todo lo aprendido y una pequeña noticia que me hace especial ilusión: algo que reúne todas estas ideas y experiencias.

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