En casi todas las organizaciones hay grupos de personas que trabajan juntas porque algún objetivo, transversal o jerárquico, temporal o permanente, las ha unido con un propósito común, sin que se establecieran los criterios necesarios para garantizar que realmente trabajen en equipo.
Algunos funcionan con precisión, otros con desgana, y otros sobreviven a base de buena voluntad, pero solo unos pocos alcanzan un punto en el que todo empieza a fluir: las decisiones se coordinan, las tareas se encadenan, los errores se comparten y los éxitos se celebran con sinceridad.
A eso lo llamamos equipo, y lo curioso es que nadie sabe exactamente cuándo se cruza esa línea.
No hay una fecha, ni una reunión clave, ni un acta que lo certifique. Es algo más sutil: un cambio de conciencia.
Es el momento en que cada persona deja de preguntarse “¿Qué tengo que hacer yo?” para empezar a pensar “¿Qué necesita el conjunto de mí?”.
Ese es el punto de inflexión.
A veces ocurre tras una crisis, cuando el grupo se da cuenta de que no puede seguir como hasta ahora. Otras veces surge en silencio, casi sin que nadie lo note. Pero cuando llega, cambia todo.
El propósito deja de ser una frase de PowerPoint y se convierte en brújula. Las diferencias dejan de ser amenaza y se vuelven recurso. La comunicación pasa de ser un trámite a un espacio de pensamiento compartido.
En mis años acompañando equipos, he aprendido que ese salto no depende del talento individual, sino del tipo de vínculo que se crea. Un vínculo hecho de interdependencia, confianza y sentido compartido.
Cuando eso aparece, se produce una transformación silenciosa: el “yo” se ensancha hasta incluir al otro.
Y entonces, sin ruido, un grupo inicia su transformación para intentar ser equipo.
Quizá por eso los mejores equipos no son los que más se esfuerzan por parecerlo, sino los que han aprendido a sentirse parte de algo que solo existe si están juntos.
Este tránsito entre grupo y equipo no es automático ni fácil. En próximas reflexiones exploraremos qué factores lo facilitan, cómo influye el entorno y por qué la confianza es el ingrediente que marca la diferencia.

Deja un comentario