A lo largo de mi trayectoria profesional he tenido la suerte de observar de cerca a muchos equipos: algunos en plena construcción, otros en crisis, otros en la cima de su rendimiento. He trabajado con equipos de dirección, con mandos intermedios, con grupos de proyecto, con plantillas enteras… y con cada uno he aprendido algo distinto.
Lo que más me sigue sorprendiendo es que la mayoría se define como un equipo, aunque no todos lo sean realmente.
He visto grupos llenos de talento, con personas brillantes, capaces y bienintencionadas, que sin embargo no logran avanzar juntos. Se reúnen con frecuencia, se reparten tareas, se esfuerzan de verdad…, pero al observarlos atentamente se percibe una disonancia sutil: cada uno tira en su dirección, con una lógica propia, como si todos remaran en el mismo barco, pero sin sincronizar los movimientos. Las cuerdas que representan el esfuerzo de cada uno están atadas a un mismo punto, pero tirando hacia lados distintos.
Cuando trabajar juntos no significa trabajar bien en equipo.
Es la paradoja del trabajo en equipo: cuanto más insistimos en “trabajar juntos”, más evidente se hace que no siempre lo hacemos bien.
Muchos confunden el trabajo compartido con el trabajo interdependiente.
La interdependencia real no significa simplemente colaborar o mantener buena comunicación; significa asumir que mi resultado depende de ti y que tu resultado depende de mí. Que nuestras acciones se entrelazan y que el éxito de uno solo tiene sentido si contribuye al éxito del conjunto.
Cuando existe interdependencia real, la conversación cambia. Las decisiones se consultan antes de tomarse, los errores se comparten sin miedo y las prioridades se discuten abiertamente porque todos entienden que cada pieza del engranaje afecta al resto.
En cambio, cuando la interdependencia no existe, surgen señales inequívocas:
- Personas que trabajan en paralelo, pero no juntas.
- Reuniones llenas de información, pero vacías de sentido.
- Tareas cumplidas individualmente, pero sin coherencia colectiva.
- Desconfianza que se disfraza de prudencia y desacuerdos que se tapan bajo una falsa cordialidad.
En esos contextos, cada profesional acaba desarrollando su propio territorio. Se habla de “equipo”, pero lo que realmente existe es un grupo de islas conectadas por correo electrónico.
Un equipo auténtico, en cambio, se construye sobre una trama invisible de reciprocidad: lo que uno hace ayuda, complementa o corrige lo que otro necesita. Y esa red solo se mantiene cuando hay confianza mutua y propósito compartido.
Por eso, la interdependencia no se impone; se descubre. Aparece cuando las personas se dan cuenta de que no basta con cumplir su parte, sino con hacer posible que los demás cumplan la suya.
Ese cambio de perspectiva —de mi tarea a nuestro resultado— marca el verdadero nacimiento de un equipo.
No siempre es un proceso cómodo. Requiere renunciar a una parte del control, abrir espacios de vulnerabilidad y aceptar que el éxito no es exclusivamente personal, pero, cuando sucede, el clima cambia: los problemas se abordan antes de que crezcan, las decisiones se alinean sin necesidad de imponerlas, y el sentimiento de pertenencia se fortalece.
En un equipo así, las victorias son compartidas y los fracasos también. Esa es, probablemente, la mejor definición de interdependencia: cuando nadie gana del todo si otro pierde.
Quizá por eso merece la pena pararse, cada cierto tiempo, a revisar cómo trabajamos juntos. Preguntarnos si nuestro equipo existe solo en los organigramas o también en la práctica. Y, sobre todo, tener el valor de reconocer que trabajar en equipo no siempre significa trabajar bien juntos…, pero que aprender a hacerlo puede marcar la diferencia entre un grupo que sobrevive y un equipo que realmente deja huella..
Esta es la primera reflexión de una serie sobre cómo nacen, crecen y maduran los equipos.
En las próximas semanas exploraremos qué hace que un grupo cruce esa frontera invisible para convertirse en un verdadero equipo y cómo el escenario en el que interviene el equipo fortalecer —o debilitar— ese lazo que lo mantiene unido.

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