CON LOS ABUELITOS EN EL PARQUE (Jaime Ros Felip, 2004)
Las manos del abuelito eran grandes y estaban llenas de pequeñas manchas de color marrón. A Miguel le gustaban mucho las manos de su abuelito. El las quería tener así cuando fuera mayor. Unas manos fuertes, calientes y arrugaditas como las sábanas de su cama cuando se levantaba por la mañana.
Hoy, Miguel estaba muy enfadado. Era sábado y los sábados venían los abuelitos a casa. Desayunaban juntos un buen tazón de leche y se iban él y su hermana Almudena a jugar con ellos al parque, mientras Mamá y Papá aprovechaban para ir de compras.
Como todos los sábados, compraron el periódico al señor alto de bigote y estaban ya en el parque, con otros niños que vivían cerca de allí. Miguel estaba enfadado porque Almudena no quería jugar a la pelota. Ella siempre llevaba su muñeca preferida y unos vasitos y platos de plástico para jugar a cocinitas con la arena y las hojas que había en el suelo ¡Almudena era una pesada! Con las manos metidas en los bolsillos, Miguel le dio una patada a su pelota amarilla y la hizo rodar hasta los pies del abuelito, que leía el periódico en un viejo banco de madera. Sus manos doblaron el periódico, cogieron la pelota y dieron algunos golpecitos en el banco para que Miguel se sentara allí.
- ¿Qué le pasa a tu cara? – Dijo a su nietecito.
- Nada – Miguel se tocó la mejilla con los dedos pensando que se había ensuciado de arena.
- Entonces, ¿por qué está tan enfadada?
- ¡Porque Almudena es tonta!
- ¡Ah! ¿Almudena es tonta?
- Sí. No quiere jugar a la pelota conmigo ¡Siempre está con sus muñecas y sus cocinitas! ¡Es un rollo! Y, además, no sabe jugar.
- Miguel -el abuelito lo abrazó con cariño-, Almudena es más pequeña que tú y le gustan mucho las muñecas.
- ¡Es una pesada y una pequeñaja! ¡Ojalá fuera un hermanito y no una niña! ¡Me lo pasaría mucho mejor!
- Espera un momento aquí sentado. Vamos a hacer algo especial para arreglar todo este problema.
Antes de que Miguel pudiera decir algo, el abuelito se levantó y se dirigió hacia el lugar donde jugaban Almudena y la abuelita. Les dijo algo al oído, les dio un beso y regresó al banco de madera.
- ¡Vamos! – Dijo a Miguel
- ¿Qué vamos a hacer? -Saltó del banco y corrió al lado del abuelito
- Te voy a enseñar algo.
- ¿El qué?
- ¡Ya lo verás!
El parque era muy grande y dieron un buen paseo. Miguel seguía enfadado con su hermana. No soportaba que estuviera todo el tiempo jugando a las muñecas y mucho menos que no supiera jugar al balón. El abuelito intentó calmarlo pero hoy, Miguel estaba muy, muy enfadado.
Al cabo de un rato, llegaron a los campos de juego donde unos niños mayores jugaban al fútbol con un balón de los de verdad. Se lo estaban pasando muy bien y gritaban alegres mientras se lanzaban el balón unos a otros. El abuelito se acercó a uno de ellos y lo llamó.
- Hola. -Dijo el niño mayor secándose con la mano el sudor de la cara.
- Hola -Respondió el abuelito- ¿Cómo va el partido?
- ¡Muy bien! Aunque somos pocos y el campo es demasiado grande -contestó suspirando con fuerza por lo cansado que estaba-. ¿Qué es lo que quiere?
- Jugar con vosotros.
El niño mayor se quedó sorprendido. Miró al abuelito y a Miguel y pensó que le estaban tomando el pelo.
- ¿¡Jugar con nosotros!?
- ¡Claro! ¿No me has dicho que sois pocos? -el abuelito sonrió- ¡Podemos divertirnos mucho!
El resto de amigos se acercaron y cuando supieron qué ocurría empezaron a reírse y a burlarse del abuelito.
- ¡Eres demasiado viejo!
- ¡Seguro que no sabes jugar!
- ¡No aguantarías ni un minuto con nosotros! ¡Vete a pasear con tu nietecito!
Los niños se reían y a Miguel no le gustó. Se burlaban de su abuelito, eran malos, le estaban insultando.
- ¡Dejad a mi abuelito! ¡Juega al futbol mucho mejor que vosotros!
- ¡Mirad a este pequeñajo! ¿Tú también quieres jugar? -gritó uno de los chicos empujando a Miguel- ¡Puedes jugar de balón!.
Miguel levantó la mano para pegarle, pero el abuelito le sujetó con fuerza y se lo llevó lejos de allí.
- Déjalos Miguel, tienen razón. Soy demasiado mayor y tú demasiado pequeño para jugar con ellos.
- Pero ¡sabemos jugar!
- ¡Claro! Pero ellos juegan mucho mejor que nosotros y seguro que se aburrirían.
- ¡Seguro que no! Y además, no tenían porque insultarte.
Siguieron paseando cogidos de la mano alejándose del campo de fútbol.
- Abuelito.
- Dime, Miguel.
- ¿Por qué se han portado tan mal contigo?
- ¿Tú, por qué crees que lo han hecho?
- Supongo que porque son unos egoístas.
Los dos se sentaron en un banco. Unos perros jugaban cerca de allí. Corrían de un lado a otro y perseguían los trozos de madera que sus amos les tiraban. El abuelito señaló a un pequeño cachorro que molestaba a los perros mayores tirándose encima de ellos.
- Fíjate, Miguel. Ese pequeño perro quiere jugar.
- Se van a enfadar con él. Les está molestando.
- Verás cómo no.
De repente, uno de los perros grandes se tiró encima del cachorro y le empujó con la cabeza. Parecía que iba a hacerle daño, pero el pequeño se revolvió y cogió con sus patas la cabeza del otro. Otro empujón hizo rodar al cachorro por el suelo. Se puso de pie otra vez y volvió a lanzarse sobre el mayor.
- ¡Está jugando con él! – gritó Miguel.
- Claro -dijo el abuelito- El perro grande sabe que el cachorro quiere jugar y aunque no le apetece nada, respeta al pequeño y le entretiene un rato. Así, el pequeño disfruta de lo lindo.
- ¡Cómo debe querer el cachorro al perro grande!
- Seguro que sí.
Se levantaron del banco y siguieron paseando. Miguel miró al abuelito y le dijo:
- Si los niños mayores del fútbol nos hubieran dejado jugar, nos habríamos hecho amigos, ¿verdad?
- Sí -dijo el abuelito- tanto como los dos perros que hemos visto.
- ¿Por qué?
- Porque aunque no jugáramos tan bien como ellos, lo entenderían y no les molestaría. De esta forma, se divertirían ellos y nosotros también.
Estaban ya cerca de donde jugaban Almudena y la abuelita. Miguel miró a su hermana, dio un beso al abuelito, recogió el balón y se acercó. Almudena se levantó y le preguntó de dónde venían. Hablaron un rato, Miguel dejó el balón y se puso a jugar con su hermana en el suelo.
La abuelita se acercó al abuelito, lo miró extrañada, y él, sonriendo, le indicó que se fijara en los niños.
Miguel y Almudena habían dejado los juguetes en el suelo y cogiendo la pelota amarilla, empezaban a jugar juntos.
- ¡Pásamela Miguel!
- ¡A ver cómo le das, Almudena! ¡Te voy a enseñar a jugar!
- ¿Desde cuándo le gusta jugar a Miguel a las cocinitas? -Preguntó la abuelita
- Desde que se ha dado cuenta de que así se lo pasará tan bien como el pequeño cachorro y no será tan tonto como los chicos mayores que jugaban al fútbol.

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