La trampa de la justificación (La columna de hoy 21-03-2018)

Con alumnos y profesores del CEU en Montepríncipe

Fue una sesión de las que no te dejan indiferente. Menos de una hora, más de cuarenta asistentes, alumnos y profesores de diferentes disciplinas universitarias y un título con vocación de atraer: ¿La comunicación es una alternativa o una responsabilidad?

Mi papel consistía en sensibilizarles sobre la importancia de la comunicación como vehículo de eficiencia y eficacia, sobre su responsabilidad de manejar con profesionalidad los espacios de interacción que forman o formarán parte de su quehacer diario y sobre la realidad de que esta competencia, la comunicación, se puede y se debe aprender.

Tenemos tan poco tiempo que no podemos escuchar a pacientes ni a alumnos.

A este argumento se unían otros muchos. La tecnología como barrera entre paciente y médico, los procesos diagnósticos que hacen rígida la interacción que un profesional (médico, psicólogo, fisioterapeuta,…) maneja con las personas que se ponen en sus manos, la exigencia y escaso plazo temporal de los planes de estudio que hacen «imposible» la actuación docente en aula, la superespecialización que llena de términos y siglas indescifrables para quien no es experto, las normas y reglas explícitas e implícitas de las redes sociales y de los nuevos canales de comunicación que «obligan» a la inmediatez, a la poda de contenidos, al refugio en frases e iconos que pueden encerrar contenidos contradictorios,…

Y, sin embargo, lo imposible se consigue cuando se sabe mirar.

Sólo bastaba ver la evolución de sus gestos atendiendo a mis movimientos, preguntas, comentarios y silencios, para comprobar que, en su interior, eran conscientes de que lo «imposible» es producto casi siempre de un acomodarse, de ese cómodo sumarse al sentimiento de la mayoría, de un refugiarse en otros aspectos profesionales que por su importancia y relevancia eclipsan algo tan importante como el saber comunicar y hacerlo bien,…

Esas caras con el cansancio pintado en ellas, fruto de las jornadas maratonianas que recorren día a día, y fruto también de la hora en la que empezó la sesión, esas tres y media de la tarde tan propicias para contar con una audiencia atenta y despejada, se transformaron ayudándome a impulsar con mayor convicción y pasión aquello por lo que fui allí: La comunicación es una puerta abierta a consecuencias, para el profesional y para quien depende de él, una puerta que debe asumirse, que exige aprender a utilizarla y que supone la responsabilidad ineludible de aplicarla cuándo, dónde, con quién y cómo debe hacerse para garantizar el mayor valor profesional posible.

Ayer dimos el primer paso, el más difícil.

Convencerse de algo es la antesala a crear valor. Una frase de mi maestro que me acompaña junto a otras muchas que compartió conmigo. Soy consciente de que algunos de los que asistieron se fueron tal cual entraron, pero la impresión general, apoyada por el entrelíneas de las preguntas que hicieron, me confirmaron que muchos de ellos habían roto con la inercia de la justificación, se planteaban ya, con otros ojos, el valor de la comunicación y quizás, ojalá sea así, buscarían alternativas para desarrollarse profesionalmente al amparo de la búsqueda de oportunidades de aprendizaje de esta competencia que es pilar de la inmensa mayoría de las competencias profesionales y personales que podemos incorporar en nuestra mochila particular.

Enhorabuena a todos los que estuvisteis allí y a quienes tuvieron la osadía y sensibilidad suficiente como para crear esa oportunidad para vosotros.

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