Esta semana he compartido trabajo con un grupo de profesionales y durante la sesión, hemos abordado temas interesantes. Uno de ellos está relacionado con esa frase que seguramente conocemos todos: «Morir de éxito».
En la sesión, surgió la discusión sobre aquellas personas que como creen que ya dominan su trabajo, dejan de atenderlo y pierden perspectiva, se alejan de lo que está pasando a su alrededor y, tarde o temprano, ese «alrededor» les pasa factura.
Durante la sesión, se me ocurrió este cuento que compartí con ellos y ahora lo hago con vosotros. Espero que os guste.
No es por la máquina, es por mí (Jaime Ros Felip, 2016)
En la empresa estaban orgullosos de ella. Era la mejor máquina que jamás habían tenido en la planta de producción. Nunca fallaba. Era eficiente. Su alto rendimiento asombró a todos desde el inicio. Hubo quien dijo: «Llegará el momento en que empiece a fallar», pero pasaban los meses y la máquina seguía trabajando como desde el principio.
Rafael era el operario que tenía la responsabilidad de su mantenimiento. Rafael llevaba muchos años trabajando en la empresa y había visto muchas máquinas, pero ninguna como ésta. Su labor había sido siempre la de vigilar el funcionamiento de todas ellas y de realizar los ajustes, mejoras y reparaciones necesarias para que el proceso productivo no se parara.
La nueva máquina no había requerido ajuste, mejora ni reparación desde que se puso en funcionamiento. A pesar de ello, Rafael destinaba buena parte de su tiempo, día tras día, semana tras semana, a revisar de principio a fin todo lo que la máquina hacía.
No pasaba un solo día sin que sus compañeros le vieran aparecer en la planta e iniciar un recorrido que ya se habían aprendido de memoria. Con su bata blanca, los bolsillos llenos de bolígrafos, reglas, pequeños aparatos de medición y una carpeta en la mano, Rafael revisaba con un interés incansable, las piezas, ensamblajes, cuadros de control,… Todos los días el mismo recorrido.
Javier se acostumbró tanto a la presencia de Rafael, que al verlo aparecer sentía que todo estaba funcionando bien en la planta. Le daba seguridad y confianza. Rafael era un tipo peculiar, poco hablador pero cordial en su trato con los demás.
- Quería hacerte una pregunta, Rafael. – Un día, de forma inesperada, Javier se acercó a él interrumpiéndole en su recorrido habitual.
- Hola Javier. ¿Qué necesitas? – Guardó el bolígrafo con el que había anotado algunos datos en la carpeta.
- Me preguntaba ¿por qué vienes todos los días a revisar la máquina y le destinas tanto tiempo?
- ¿Por qué te sorprende? – Dijo Rafael – Es mi trabajo.
- Lo sé, pero esta máquina no ha fallado nunca y parece que no necesita tanto tiempo de esfuerzo por tu parte.
- Ya te he dicho que es mi trabajo.
Javier se quedó mirando a Rafael mientras éste reiniciaba su labor. “Es cierto – se dijo –, es su trabajo, pero ¿para qué tanto esfuerzo en una máquina que nunca falla?”. Estaba convencido de que su compañero podía ahorrarse buena parte del tiempo que destinaba a la máquina. “Aunque, pensándolo bien, puede ser que la máquina funcione como funciona, gracias a lo que hace Rafael”. Este último pensamiento hizo que volviera a acercarse a su compañero.
- Creo que ya lo entiendo. Gracias a tu trabajo, la máquina nunca falla, ¿no es así?
- No Javier, no se trata de eso.
“¿Cómo que no se trata de eso?” Pensó Javier extrañado.
- Entonces, ¿cuál es el motivo de que dediques tanto tiempo a esto?
- No se trata de que la máquina necesite que yo venga aquí todos los días. Todos hemos comprobado que no falla nunca.
- ¿Entonces?
- Es mi trabajo, Javier.
- ¡Ah! – Exclamó – ¡Lo haces porque se supone que debes respetar el horario que tienes asignado para mantenimiento!
- No, Javier, tampoco se trata de eso.
Rafael se sonrió al ver la cara de perplejidad de su amigo, le tomó del brazo con la mano en un gesto amistoso y le dijo:
- No es la máquina la que me necesita para no fallar, Javier, soy yo quien necesito de ella para no perder mi capacidad de actuar bien como profesional.
- ¿Es la máquina quien te ayuda a ti?
- En realidad, no es exactamente así. Se trata de que la tarea de mantenimiento que hago con ésta o con cualquier máquina, sirve tanto para prevenir y resolver problemas técnicos, como para garantizar que yo me mantengo al día, que no pierdo los buenos hábitos, que mantengo el interés por mi trabajo y que, en definitiva, evito el riesgo de quedarme obsoleto.
Javier frunció el ceño y no pudo evitar darle la razón a su compañero.
- Interesante, Rafael.
- Javier, todos tenemos una labor que realizar, pero nos equivocaríamos si pensáramos que los únicos que aportamos somos nosotros, nuestro trabajo nos ayuda a seguir creciendo a no pararnos.
- No sólo trabajo para conseguir los resultados que me piden, sino para beneficiarme yo del trabajo que realizo, ¿es así?
- Así es. El día que uno pierde esto de vista, abandona la oportunidad de crecer.
Meses más tarde, sin que nadie pudiera haberlo previsto, la máquina falló. Todos se alarmaron en un principio, menos Javier. Él sabía que había alguien que actuaría de inmediato y así fue. Rafael resolvió el problema y todo volvió a la normalidad.
Una pequeña conversación había cambiado la forma de trabajar de Javier. Él lo sabía y su amigo Rafael, también.
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