Hoy, por primera vez, voy a compartir un cuento que no es mío, pero que ha sido protagonista del cierre de varias sesiones en las que he tenido que trabajar con profesionales que están inmersos en escenarios complejos y llenos de incertidumbre.
Tiene un mensaje que, al menos a mí, ayuda a ver la vida de una forma diferente.
LAS TRES PINTURAS (Cuento adaptado, 2015)
Hace tiempo, en un lejano país de Asia Menor, se mantenía viva una guerra durante tantos años, que muchos de los habitantes no habían conocido tiempos de paz.
El monarca de aquel país estaba preocupado. En su palacio todo era tristeza y desánimo. Pasear por sus jardines suponía enfrentarse a las caras de desaliento y de desesperanza de aquellos con los que se cruzaba. La guerra continuaba, era imposible detenerla; pero debía hacer algo para que la gente que vivía en palacio, recuperara el ánimo que tanto necesitaban todos.
Entonces, decidió convocar a su consejo de expertos y les ordenó:
- Preparadlo todo para convocar un concurso en palacio. Quiero que nuestra gente se anime a describir la paz a través de la pintura. Comunicadlo a todos y animadles a participar. Quizás así conseguiremos que sus pensamientos se centren en algo que les haga olvidar por unos instantes, este tiempo de guerra.
El consejo de expertos aceptó de buen grado la propuesta de su monarca y en pocos días, circulaba por palacio la noticia: Nuestro Monarca premiará a aquél que sea capaz de describir la paz a través de sus pinceles.
Se recibieron muchas obras. Fue difícil para el consejo de expertos seleccionar las mejores, pero después de mucho deliberar, tres obras destacaron y las colgaron en una de las paredes de la mayor estancia del palacio para que su Monarca las pudiera conocer y seleccionara de entre ellas, la que mejor reflejaba la paz.
El Monarca, seguido por los expertos, entró en la estancia y se detuvo al ver las tres obras colgadas.
Cuando vio la primera, la que estaba a la izquierda, contuvo el aliento, se sintió maravillado por el cuadro que regalaba un precioso atardecer.
- Es precioso -dijo el Monarca-. El atardecer parece acariciar los campos de trigo que se mecen suavemente en la brisa. Las nubes recorren el paisaje sin prisa, disfrutando de los colores anaranjados que el sol regala en sus últimos minutos. La paz inunda todo el cuadro.
Dirigió su vista hacia la derecha y vio el segundo cuadro. De nuevo se sintió inundado por la paz que surgía de esta segunda obra que mostraba un precioso amanecer.
- ¡Qué grande la habilidad de quien ha pintado este cuadro! – exclamó-. Los tonos azules de la noche están siendo difuminados por la claridad del nuevo día que está naciendo. Las gaviotas vuelan en una danza lenta acercándose a aquellos acantilados lejanos. Esa barca, en la que un pescador espera paciente que los peces entren en su red, se mece en el vaivén suave de las olas. La paz inunda también este cuadro.
Por último, dirigió su mirada al tercer cuadro, el que estaba en el centro de la estancia y un escalofrío recorrió su cuerpo de arriba a abajo. La escena del cuadro parecía gritar mostrando un volcán en erupción, con ríos de lava descendiendo por sus laderas, encendiendo los bosques y persiguiendo a los pobres animales que huían aterrorizados. Nubes de humo y piedras apagaban la luz del sol creando un ambiente sombrío, tétrico y aterrador.
El Monarca mantuvo silencio durante unos minutos. Levantó su mano y señaló al cuadro del volcán.
- Este es el cuadro que mejor refleja lo que es la paz.
El consejo de expertos se mostró sorprendido por la elección e mostraron su sorpresa al Monarca.
- Acercaos al cuadro. Mirad la ladera del volcán. Ahí, a la derecha, entre los ríos de lava. ¿Qué veis?
- Un nido – dijo uno de los expertos.
- En ese nido, ¿veis a los polluelos?, ¿veis como su madre se afana por darles de comer?
Todos asintieron sin comprender qué pretendía decirles el Monarca.
- La verdadera paz no está en los otros cuadros. Son bellos, magníficas representaciones de momentos idílicos que pocas veces podemos disfrutar. La verdadera paz no está ahí, sino en la ladera del volcán, donde una madre es capaz de construir un momento de tranquilidad para sus polluelos. Esa es la verdadera paz, aquella por la que todos debiéramos luchar. Lo otro es un sueño, una realidad que sólo podemos tener en el interior de nuestros pensamientos.
- Quien ha pintado esta obra, sabe lo que es la paz, cómo buscarla y cómo crearla. Todos debiéramos aprender de él.