El espejo y las sombras

No hace mucho leí un artículo en el que se afirmaba que el viaje más interesante que puede hacer una persona, es el que le lleva a conocerse a sí mismo. El autor jugaba con el sentido «interno» de ese viaje, para diferenciarlo de otros itinerarios hacia fuera de uno mismo, «externos» según él, que suponían menor riesgo y menor beneficio.

Estando de acuerdo con la idea de que puede ser el viaje «más interesante», no lo estoy tanto con el sentido, ya que a través de lo que nos rodea, de quienes comparten tiempo con nosotros, a través de esos viajes «externos», podemos llegar a conocer aspectos nuestros fundamentales y sorprendentes.

A la actitud que muchos «humanos» demostramos ante estos viajes, dedico el siguiente cuento.

EL ESPEJO Y LAS SOMBRAS (Jaime Ros Felip, 2014)

  • Espejo_Sombra¿El servicio de reparaciones, por favor?
  • ¿Qué se necesita reparar?
  • Un espejo.
  • Siga por el pasillo de la derecha y al final, encontrará una puerta con el rótulo `reflejos estropeados´. Ahí le atenderán.
  • Gracias.

La dependienta ni siquiera miró al espejo que había entrado en el taller. Era grande, de más de un metro de alto y algo menos de ancho. El marco era estrecho y de color negro mate. En sus reflejos se adivinaba una intensa preocupación. Necesitaba que le hicieran un buen diagnóstico. No podía seguir así.

Avanzó lentamente por el pasillo. Varias puertas accedían a él con rótulos llamativos: `Imposible cerrarlo´, `De apertura impulsiva´, `Crujidos al funcionar´, `Opacos por impulso´,… Curiosos nombres, pensó el espejo, ¿qué problemas se resolvían detrás de cada una de ellos?

Se había informado bien. Su problema no podía resolverlo cualquiera. Necesitaba el mejor taller, el más especializado, el que tuviera mayor porcentaje de reparaciones con éxito. Le costó varios días de investigación en internet, de llamadas telefónicas y de algunas visitas poco productivas. Al final consiguió el nombre y la dirección del mejor centro de reparaciones de la ciudad. Le dieron cita inmediata y ahí estaba ahora, frente al rótulo `Reflejos estropeados´. Tomó el pomo de la puerta con una de sus manos, la abrió y entró decidido.

  • ¿Sí?
  • Buenos días. Soy Espejo Marco Negro. Pedí cita ayer y me dijeron que me atenderían a primera hora de esta mañana.
  • A ver, un momento. – El dependiente vestía un mono azul y esgrimía una sonrisa agradable en el rostro – Sí, aquí está: D. Espejo Marco Negro, ocho y media de la mañana. Es usted muy puntual.
  • Estoy preocupado y tengo prisa.
  • Por supuesto. – El dependiente se levantó y guió al espejo hacia uno de los despachos en los que se realizaban los diagnósticos. – Siéntese aquí. El doctor vendrá en unos minutos.
  • Gracias.
  • Si necesita algo, ya sabe donde estoy.

El espejo se quedó solo. La butaca era cómoda. Estaba adaptada a espejos como él. Miró a su alrededor y repasó una a una, las estanterías que llenaban una de las paredes del despacho. Nombres extraños para utensilios aún más extraños. Intentaba adivinar su finalidad cuando el doctor entró en el despacho por una puerta lateral, distinta a la que había utilizado él, minutos antes.

  • Buenos días, Sr. Marco. Soy el Doctor Reflejos, Analizo Reflejos. – Nombre muy adecuado para su profesión, pensó el espejo. – Usted me dirá. ¿Qué le pasa?, ¿desde cuándo le pasa? y ¿a qué lo atribuye? – Debía ser buen médico, reflexionó el espejo, había utilizado las preguntas de Galeno para empezar a investigar sobre la dolencia que padecía.
  • Pues verá, Doctor. Sólo reflejo sombras, eso es lo que me pasa.
  • ¿Siempre?
  • Sí. Todas las personas que me miran obtienen sombras como reflejos. No son ellas quienes aparecen en mi superficie, sino rasgos desfigurados, sin nitidez y de colores apagados.
  • ¿Dónde vive usted?
  • En una sala de reuniones de una importante empresa.
  • Ya veo. – El Doctor Reflejo tecleó algunas frases en su portátil – ¿Desde cuándo le ocurre?
  • Desde que me desembalaron y me colgaron en esa pared.
  • No ha estado usted nunca en ninguna otra ubicación.
  • No, doctor, ese ha sido mi hogar desde el principio.
  • ¿Por qué cree que le ocurre esto, Sr. Marco?
  • Entiendo que eso debería decírmelo usted, ¿no?
  • Por supuesto, pero me gustaría contar con su opinión.
  • Bien. No estoy seguro, doctor, pero creo que puede tener algo que ver el tipo de personas que se reúnen en mi sala.
  • Cuénteme, por favor.
  • Siempre discuten. Los hay que son jefes, otros son consultores, hay asesores, a veces, clientes. Tratan temas muy variados y casi siempre están enfrentándose según lo que les interesa a cada uno de ellos.
  • ¿Cuándo se acercan a usted para mirarse?
  • No es frecuente. Yo los observo con interés porque aprendo mucho de lo que hablan. Cuando les veo de lejos, aprecio con claridad sus rasgos, sus gestos e incluso sus pensamientos. No sé si me creerá doctor, pero pienso que soy capaz de ver lo que ellos no ven de si mismos.
  • Por supuesto que le creo, es una de las habilidades de los espejos, Sr. Marco.
  • En cambio – continuó explicando -, cuando se acercan a mí, cuando se miran en mi superficie, la imagen que proyecto es muy diferente. Suelen hacerlo cuando son otros los que están hablando como si quisieran comprobar que son ellos los que están ahí.

El doctor le pidió unos minutos para completar el historial que estaba anotando en su portátil. Al terminar, se levantó, tomó unas pinzas de la estantería inferior de la pared y recorrió con ellas los bordes internos del marco negro de su paciente.

  • Esto está correcto.

De uno de los bolsillos de su bata blanca, sacó una linterna. La encendió y recorrió la superficie del espejo con minuciosidad. Giró una pequeña rueda que había en el extremo inferior de la linterna y la luz cambió de color. Repitió su exploración con el mismo detenimiento y actuó igual con otros dos colores de luz.

  • Ha tenido un excelente proceso de fabricación, Sr. Marco. – Dijo sentándose de nuevo frente a él.
  • Gracias doctor. ¿Qué es lo que me ocurre?
  • Una carencia clara de experiencia.
  • ¿Cómo?
  • Verá, Sr. Marco. – El doctor se quitó unas pequeñas gafas que sostenía en la punta de su nariz y esgrimió una cálida sonrisa –  Usted está perfectamente, no padece ninguna avería física ni química. Sus componentes funcionan a la perfección. No es habitual encontrar espejos de la calidad que usted tiene.
  • ¿Entonces?
  • Usted está rodeado de humanos y son seres complejos.
  • Eso me ha parecido desde el principio.
  • Así es. Tan complejos son que viven incongruencias constantemente. Una de ellas es la que a usted le ha hecho pensar que había enfermado.
  • ¿A qué se refiere?
  • Venga conmigo. – El doctor se levantó y le invitó a salir del despacho.

Juntos, recorrieron el pasillo hasta llegar a la salida. El doctor abrió la puerta de acceso al taller y salieron a la calle. Iniciaron un paseo por una avenida muy transitada. El doctor le explicaba que iban a realizar un experimento que le ayudaría a entender lo que ocurría. Se acercaron a una parada de autobús y, en un momento en que nadie les observaba, las manos del doctor alzaron al espejo y lo colgaron en una de las paredes de cristal de la parada.

  • Esfuércese en comprobar si le pasa aquí lo mismo que en su sala de reuniones.
  • Muy bien – Dijo divertido el espejo.

Eran muchas las personas que reparando en el espejo, aprovechaban para mirarse en él. Una y otra, a veces en grupos, otras por parejas, pero con mayor frecuencia, en solitario, las personas buscaban su reflejo en la superficie brillante del Sr. Marco.

El experimento duró prácticamente media hora. Más de treinta personas se acercaron a él en ese tiempo. El doctor, aprovechando un momento de soledad en la parada, descolgó al Sr. Marco y reinició con él su paseo.

  • Cuénteme -le pidió-, ¿qué ha visto?
  • ¡Ha sido genial! – Exclamó el espejo – Sólo me ha ocurrido lo de la sala de reuniones con algunas personas. Muchas han podido verse tal y como yo las percibo.
  • ¿Lo ve? El problema no lo tiene usted, sino quienes se miran en su superficie.
  • Y, ¿cómo es eso?
  • Ya le he dicho que los humanos son gente compleja. Desean ser de una forma que a veces, no se corresponde con lo que realmente son. Los hay que lo saben y los hay que no. Hay quienes son conscientes de cómo son, aquéllos en los que su reflejo no produce sombras en usted. Sin embargo, hay otras que piensan que son lo que en realidad no son.
  • Eso es un problema.
  • Sí, lo es. Lo cual se agrava cuando no la persona que actúa así, no se atreve a mirarse en el espejo.
  • ¿Por qué? No lo entiendo.
  • Es sencillo. Quien se mira buscándose a sí mismo, debe ser capaz de enfrentarse con aspectos que quizá no le gusten.
  • Pero también hay aspectos buenos, ¿no?
  • Claro, Sr. Marco, claro que los hay. Al menos, en la mayoría de las personas; pero a muchos humanos les gusta creerse lo que desean ser y no están dispuestos a enfrentarse a lo contrario.
  • Por eso provocan sombras en mí.

Estaban de regreso en el taller. El doctor estrechó la mano del Sr. Marco y se despidió de él:

  • Aproveche su experiencia en la sala de reuniones. Aprenderá mucho e incluso, con la habilidad que parece tener, podrá ayudar a algunos a encontrar partes de sí y a despejar sombras inútiles y perjudiciales.
  • Así lo haré doctor.

 

4 comentarios en “El espejo y las sombras

  1. fjibarrola

    Jaime Gracias por este nuevo Cuento y todos tus envíos a lo largo del año!!!! Que sigas, por lo menos, tan cuentista!!!! FELIZ NAVIDAD Y EXCELENTE 2015!!!! Un abrazo» navideño»!!!! Javier

    Enviado desde mi iPhone

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