Estos dos últimos días me han dado la oportunidad de compartir formas de abordar un proceso de transformación con dieciséis profesionales, de una conocida organización líder de su sector.
Han sido jornadas intensas en las que mi papel ha consistido en aprovechar la experiencia del grupo para identificar claves (esas mejores prácticas de las que tanto hablamos) para facilitar la estrategia de transformación que está implantándose en la organización.
Uno de ellos, al finalizar la primera jornada, dijo:
- No sé si me gusta lo que estamos haciendo.
- ¿Por qué? – Pregunté.
- Porque nos estás haciendo mirar al espejo y hay reflejos en él que me preocupan.
Esto me recordó la frase que encabeza esta columna («Que no, ¡que no quiero verla!»), de aquél conocido poema de García Lorca, `La Sangre Derramada´, en la que lloraba por la pérdida de su querido Ignacio Sánchez Mejía.
- Lo mejor que puede pasarnos como profesionales (y como personas), es sentir preocupación por habernos mirado en el espejo. – Le respondí – Quien no se preocupa, no tiene ningún camino nuevo por delante.
- Pero duele.
Era cierto. En la sesión les enfrentaba no sólo con su experiencia sino con evidencias de falta de aportación a eficiencia y eficacia. Era lo primero que miraban en el `espejo´. Pero, tras esa primera impresión, surgían otros `reflejos´, evidencias del valor que aportaba cada uno y oportunidades de crecimiento, que transformaban ese `dolor o preocupación´ iniciales, en intención de cambio.
- Es bueno saber mirarse a uno mismo y también a los demás. Si tienes la suficiente valentía para atreverte a ello y a alguien que te dé criterio para hacerlo bien, se te abren muchas puertas interesantes por delante. – Comentó otro de ellos durante la segunda jornada, prácticamente, al finalizar la sesión.
Pienso que siendo importante nuestro papel, como consultores, de aportar contenidos de aprendizaje, mucho más lo es dar criterio y provocar con él, interés por mirarse en el espejo.
Al fin y al cabo, en cuanto consigues esto, te das cuenta de que muchos de aquellos contenidos de aprendizaje que pretendías aportar, surgen espontáneamente de ellos, guiados e impulsados por los reflejos que han sabido ver.
De hecho, si das criterio, el resto fluye. Si no lo das, lo que fluye son barreras.
Tiene mucho parecido Juan, es verdad. De hecho, quien no quiere mirarse al espejo suele ser porque tiene una imagen de sí mismo que quiere proteger (ese nuevo traje) aun sospechando que no es cierta, o porque nadie le ha enseñado a ver que es falsa (como le pasaba al emperador) o, por desgracia ocurre, porque aun sabiendo que su reflejo es otro, quiere conscientemente mantenerse engañado.
Un abrazo
Me gustaMe gusta
Buena metáfora, querido Jaime, aunque hay veces que se asimila más al «Nuevo traje del emperador».
Me gustaMe gusta