Que no, que no quiero verla Este martes pasado tuve la ocasión de compartir un rato con Marcos, un antiguo compañero de colegio (cómo pasa el tiempo) y después de ponernos al día sobre nuestras vidas, entramos en un tema que a los dos nos apasiona y del que, en buena medida, vivimos profesionalmente: el liderazgo.
- ¿Sabes cuáles son las tres principales causas que condicionan que los líderes no cambien? – Me dijo
Mi cabeza empezó a rebuscar entre los archivos mentales y surgieron múltiples razones que sabía que eran barreras al cambio (acomodación, temor a lo desconocido, inseguridad en nuestra capacidad de adaptarnos, escepticismo, experiencias pasadas negativas, rechazo al riesgo,…), pero viendo que mi amigo me hablaba de los resultados de algún estudio sólido sobre estos temas, esperé a que él me dijera esas tres razones:
- La primera: «Que no, que no quiero verlo»
A pesar de tener evidencias que nos alertan sobre la necesidad de cambiar y sobre los riesgos de no hacerlo, muchos son los que «apagan» ese mensaje negándolo o ignorándolo.
- La segunda: «Sé que hay que cambiar, pero no doy el primer paso»
Muchas de las razones que habían surgido de mis archivos mentales encajaban en esta causa. Personas que siendo consciente de la importancia del cambio, se resisten a dar el primer paso y precisan que alguien les de «el gran empujón».
- La tercera: «Sé que hay que cambiar, doy el primer paso, pero no completo mi trabajo»
Cuántas iniciativas quedan en vía muerta tanto en las organizaciones, como en la actuación profesional y personal. Aunque las tres son características claras de lo que en realidad llevamos dentro la raza humana, la primera de ellas es la que a mi juicio demuestra con mayor contundencia lo endiabladamente complejos que podemos llegar a ser.