Preparando un artículo, decidí insertar en él un cuento muy breve que permitiera ilustrar una de las conclusiones a las que solemos llegar las personas después de habernos enfrentado ineficazmente a alguna tarea compleja, y comprobar cómo otros la resuelven sin despeinarse. Lo comparto con vosotros porque creo que en muchas ocasiones nos parecemos a ese gato que juega con el ovillo de lana.
Espero que os guste
EL OVILLO DE LANA (Jaime Ros Felip, 2014)
El hilo de lana envolvía sus patas dibujando un trazado imposible. Sus maullidos gritaban al mundo reclamando la ayuda que merecía recibir. Él había encontrado el ovillo. Estaba en una de las bolsas de tela que tanto le gustaba investigar. Entre las grises agujas de diferentes grosores que sobresalían de la bolsa, asomaban hilos de colores que en movimientos suaves y oscilantes, le pedían que acudiera pronto a jugar con ellos.
Un gato no podía resistirse a esa invitación. Él era un gato y no pudo. Su ama, la simpática viejecita que le obsequiaba con caricias y con leche templada, había salido de casa. Ahora él era el dueño del lugar.
Un salto ágil, un sacar las uñas para atrapar ese ovillo de color llamativo, unas carreras persiguiendo la lana juguetona, un revolverse sobre su espalda una y otra vez con el ovillo deshecho y un quedarse atrapado por esa misteriosa lana que supo ganarle la partida. Al final, su querida viejecita llegaría para salvarle; pero nadie le explicaría qué había ocurrido y por qué algo tan ordenado se podía convertir en una experiencia tan compleja.
Los minutos pasaron y él desesperaba. Quería salir de esa trampa en la que había caído sin darse cuenta. Cada movimiento empeoraba la situación. El miraba constantemente a la puerta de entrada al salón anhelando ver entrar por ella a su viejecita, hasta que por fin, ella llegó.
- Pero, ¿qué has hecho pequeño?
Sólo sabía maullar y mover torpemente su cuerpo en un intento de conseguir que ella se diera prisa. El bolso quedó apoyado en un viejo sofá, las anquilosadas rodillas se doblaron al lado del gato y las manos huesudas empezaron a deshacer con paciencia los múltiples nudos mientras que aquella suave voz acariciaba sus orejitas tranquilizándole.
- Ya está, ahora puedes correr libre.
Pero no lo hizo. Se quedó mirando a su salvadora con esos ojos que sólo los gatos saben poner. Ella estaba rehaciendo el ovillo con una velocidad asombrosa y al poco tiempo, estaba con agujas bajo sus brazos tejiendo algo que al gato le parecía una tarea imposible.
- ¿Sabes una cosa? – Dijo la viejecita mirando a su gato y sin perder por ello uno sólo de los puntos que se iban creando con rapidez – Me has recordado a mis nietos. Sí, ya son mayores, pero a veces pienso que se complican la vida tontamente. Tienen tantas cosas en la cabeza que se enredan con ellas como tú has hecho con el ovillo, sin darse cuenta de que todo es mucho más fácil de lo que parece.
El gato la miraba enamorado por esa voz dulce y melodiosa.
- Sólo hace falta evitar que el saber qué, sea huérfano del saber cómo.
Solo era una opinion, no le des mas importancia. De todos modos las fábulas siempre llevan su moraleja ¿no?
La historia sigue siendo bonita y bien narrada. Enhorabuena.
Gracias a ti.
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Quizá tienes razón y debiera haber dejado que la fábula hablara por sí sola.
Un abrazo y gracias
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Qué razón tienes!!
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bonita fábula, pero no esta en verso.
Bonito cuento, aunque yo no hubiera sido tan explícito al final.
por cierto dejo un enlace por si interesa…
Necesitamos saber… ¿de verdad?
http://jesusbezanilla.com/2012/09/21/necesitamos-saber-de-verdad/
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Gracias Carlos. Un abrazo
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Muy bueno. Incluso en tareas sencillas, a veces nos complicamos la vida
Carlos Hurtado
Strategic Sales Specialist Immunology
carlos_hurtado@merck.com
629846697
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