Necesito del bosque para ser árbol

robleLos cuentos poseen una magia especial. No todos somos capaces de abrirla y dejar que nos impacte; pero cuando lo hacemos, un cuento siempre deja huella y según quién lo lea y cuándo lo lea, la huella le lleva a reflexiones y emociones diferentes.

Cada vez que publico uno, siento la curiosidad de saber qué provoca en quienes lo leéis. Cada vez sois más los que me regaláis comentarios y siempre me sorprenden. Es curiosa la magia de los cuentos y cómo pueden invitar a recordar y a reflexionar sobre vivencias personales y profesionales. A veces pienso que un buen cuento no pone fronteras, somos nosotros los que las creamos.

Este que comparto hoy tiene un valor muy especial que he compartido durante estas semanas con los míos. Espero que si lo lees, te invite con su magia.

NECESITO DEL BOSQUE PARA SER ÁRBOL (Jaime Ros Felip, 2013)

Se sentía confusa, no sabía con certeza quién era ni qué papel jugaba en el mundo que le había tocado vivir. Hacía días que crecía en su interior esa desagradable sensación. Se notaba vacía, como si no tuviera identidad.

Nunca antes le había ocurrido algo igual. De pequeña, sus padres le decían que llegaría lejos. A ella le gustaba mucho escuchar eso de mamá y de papá. Pero ellos ya no estaban allí. Se habían ido como lo hizo antes su abuelito, poco después de que se fuera su abuelita. Ella fue la primera en irse. Recordaba ese momento como un intenso vacío en su interior. Las arrugadas manos de su abuelita se quedaron frías, inertes y nunca más acariciaron su revoltoso pelo. Después su abuelo, mucho más tarde sus padres. También algunos amigos y conocidos.

Había pasado mucho tiempo desde entonces. Cuando se miraba en el espejo por las mañanas, se sorprendía encontrando algún nuevo regalo del tiempo que intentaba disimular aplicando con cuidado esas cremas y pinturas que llenaban una de las estanterías de su cuarto de baño. No, no era vieja, su edad aún no había traspasado ese umbral; pero se sentía algo vieja, o quizá cansada.

Nunca quiso casarse y no tuvo hijos. Reconocía envidiar de vez en cuando a sus amigas cuando las veía repartir abrazos y juegos con unos pequeños que se abrazaban a sus piernas gritando `mamá, mira lo que he hecho´. Eran momentos en que se sentía lejana de su entorno, como si no perteneciera a él.

Ya se lo decían sus compañeras de trabajo: `En nuestra profesión, todo son aves de paso´. Ella era profesora en la pequeña escuela del pueblo. Muchos años viendo pasar a más y más niños por su aula. La nostalgia de ver que el fin de cada curso se llevaba a sus pequeños de su lado, intentaba suplirla ilusionándose por los que debían llegar al curso siguiente. Pero eso le costaba cada vez más. Era como si tras cada curso, los niños se hubieran llevado una pequeña parte de ella y la dejaran, año a año, más vacía.

  • Es como si mi memoria se hubiera quedado en blanco y negro – Se decía en voz alta mientras dejaba que sus pasos la llevaran sin rumbo fijo aquella tarde de sábado.

Antes, los fines de semana corrían veloces, se terminaban casi antes de empezar. Pero en las últimas semanas sentía lo contrario. Era el mes de octubre. Un nuevo grupo de niños había entrado en su aula; pero no podía olvidar al del curso anterior. Fue un grupo precioso. Disfrutó con ellos como nunca lo había hecho antes. Pero ahora ya no estaban. Su pequeña María, su travieso Jesús, su marisabionda Isabel,… Fue el mejor curso de su vida y ahora los echaba de menos. Veía al nuevo grupo como si estuvieran lejos. No era capaz de acercarse a ellos como antes lo fue.

  • ¿Dónde estoy? – Se detuvo sorprendida por el largo paseo que llevaba. Se había alejado mucho del pueblo y se había adentrado en uno de los bosques que lo rodeaban. Miró a su alrededor y no pudo evitar sonreír con cariño.

Era un lugar conocido. Había estado allí en varias ocasiones de pequeña. Recordaba con cariño los paseos con su abuelo y las preguntas que él invitaba a que hiciera a los árboles. Los árboles eran muy sabios, pero para aprender de ellos, era necesario saber qué preguntarles y hacerlo con respeto. Quizá por eso decidió ser profesora. Las respuestas de su abuelo y las respuestas de los árboles le causaron tal cantidad de emociones que ella quería regalar lo mismo a otras personas.

Pero nunca volvió a escuchar la voz de los árboles. Tampoco lo intentó. Era un tesoro que compartía con su abuelo y cuando él se fue, los árboles enmudecieron. Quizá fue porque sólo escuchaban la voz de su abuelo o quizá porque ella no volvió a preguntar.

Era curioso cómo la memoria jugaba con sus pensamientos. El vacío que notaba en su interior intentaba llenarse de imágenes de antes y de ahora. Pero todas parecían pertenecer a vidas diferentes. Entraban y salían de sus pensamientos sin dejar huella, como si se tratara de un documental proyectado en cine mudo.

  • Para ti, árbol, ¿qué es la memoria? – Se había acercado a un viejo roble conocido. Una de las voces que escuchaba con su abuelo.

Se sintió incómoda, como si estuviera haciendo algo inadecuado, demasiado infantil para una persona de su edad. Dio la vuelta dispuesta a continuar con su paseo a ninguna parte.

  • ¿La memoria? – Esas palabras, surgidas tras de sí, pronunciadas en esa voz grave, lenta, sabia, la paralizaron. Encogió los hombros y se dio lentamente la vuelta. El roble había hablado. ¿Había hablado?
  • ¿Árbol? – Dos pasos hacia delante la colocaron al lado del nudoso tronco.
  • La memoria… – La voz surgió de nuevo con los matices que recordaba de pequeña – Para mí, la memoria es el bosque.
  • ¿El bosque? ¿Qué quieres decir con eso? – Sin darse cuenta, había vuelto a ser la niña que llegaba con su abuelito, cogida de su mano, y aceptaba sin ningún temor que un árbol pudiera hablar.
  • Si yo soy árbol es por el bosque. Sin él, yo no sería árbol. – El sonido surgía de algún lugar del tronco. Quizá en la zona alta, donde las primeras ramas principales se abrían en ese abanico de espiral desordenado que parecía querer abrazar el cielo. – Yo soy árbol porque guardo en mí los recuerdos que he compartido con mis hermanos, los otros árboles que ves. Soy árbol por las imágenes de la lluvia goteando entre mis hojas, por la luz del sol salpicada de las sombras de nuestras hojas, por el sonido del viento jugando entre los que vivimos en el bosque, por el cosquilleo de esos animalitos diminutos que corretean entre mis raíces. – Ella escuchaba absorta, feliz de volver a vivir esas sensaciones de niña – Para mí la memoria es el bosque, los recuerdos que he querido compartir con él y que él me ha regalado, los recuerdos buenos y malos. Sin el bosque, yo no sería árbol.

Se había sentado en una piedra cercana y pensaba en las palabras del árbol jugueteando con una espiga seca que había recogido del suelo. 

  • Es bonito lo que dices, árbol. Lástima que esos recuerdos puedan quedar en blanco y negro porque realmente no son tuyos, sino de personas que se han ido y te han dejado sola, sola con imágenes que no hacen más que recordarte que los años te convierten en huérfana de todos.
  • Creo que es la tristeza lo que hace que te veas a ti misma así, en blanco y negro.
  • ¿Tú crees?
  • Claro. Es como si me dijeras que esas manos que están jugando con la espiga no son tuyas. Como si añoraras algo que en realidad, tienes contigo. Tu memoria, pequeña, eres tú. Tus imágenes, tus recuerdos, forman parte de ti, hacen que tú seas tú. Tienes tesoros en tu memoria que siendo tuyos, te niegas a ti misma negándolos.
  • Pero son de personas que se han ido, que ya no están conmigo… Mis niños vienen, llenan de imágenes en color cada año y luego se van, dejándome cada vez más sola con el peso de la añoranza que me provoca su recuerdo. Un recuerdo que queda en blanco y negro.
  • Vivir supone sufrir, pequeña. Compartir supone dar. Quien más vive más arrugas acumula, quien más comparte más ha tenido que dar. Pero quien más vive y más comparte, más tesoros acumula en su memoria y más él llega a ser.

Ella alzó la cara y dejó que la brisa acariciara su piel mientras sus ojos se fijaban en ninguna parte pensando en las palabras que acababa de oír.

  • Sólo puede sentir añoranza el que ha vivido y ha compartido. Tu añoranza, pequeña, es normal, pero no es soledad. Sólo está solo el que no tiene nada dentro de si, el que no ha conseguido ser, el que no se ha arriesgado a crear recuerdos. Ese, tiene una triste identidad, una dura soledad llena de vacío.
  • Y, ¿por qué me siento tan vacía?
  • Tu abuelito, tu abuelita, tus padres, tus amigos, tus compañeros, tus niños…, todos ellos han escrito recuerdos en tus páginas, en las páginas de tu memoria. Esos trazos, escritos con mil letras diferentes, son parte de tu memoria, son parte de ti. Cuando los miras piensas que ya no están ahí y, sin embargo, siguen vivos en tu recuerdo, puedes volver a sentirlos, puedes seguir aprendiendo de ellos.
  • Es bonito recordar todo eso.
  • No tengas miedo a releer una y otra vez las páginas de tu memoria, no impidas que los niños que este año tienes contigo, puedan escribir en nuevas páginas. No renuncies a ser tú misma ni a seguir creándote día a día.

La noche extendió silenciosa, su manto por el bosque y ahí seguían hablando el árbol y aquella pequeña niña que había reaparecido después de tantos años. Ella sí que podía oír la voz del árbol, podía aprender de ella, dejarse llevar por sus reflexiones. Había abierto una página del libro de su memoria que quizá tuviera el título “abuelito” y notó el calor de sus frases y el color de sus recuerdos. Se sintió más ella, más llena, con miedo por no ser capaz de seguir llenándose de recuerdos y con ganas de crearse día a día apoyándose en lo que ya era y que su “bosque” le había ayudado a ser.

15 comentarios en “Necesito del bosque para ser árbol

  1. Gracias Lita. Cuando escribo un cuento, tengo la sensación de que pongo en papel algo que surge de dentro, obligándome a pensar en lo que suele pasar desapercibido. Cuando lo comparto, siento el vértigo de no saber qué tipo de viaje hará ni dónde se detendrá. Por eso te agradezco de veras tu comentario y los ánimos que me das al hablarme de mi «talento» para escribir. Dicen que el anonimato del escritor hace que el anonimato del lector cree formas limpias de entender lo escrito.
    Un fuerte abrazo.

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  2. LITA

    Un cordial saludo Jaime.
    Luego de terminar de leer tu reciente artículo «Aprendí a aprender» me encontré con este cuento que no había tenido la suerte de leerlo en su momento.
    Identifiqué en algunos rasgos del personaje a un ser al que quiero mucho, y que justamente hace algún tiempo me expresaba confusión entre un sentimiento de tristeza, vacío, nostalgia, no sabía exactamente qué era. Y eso nos pasa muchas veces, que no logramos definir qué sentimos y las preguntas serían las claves para excarvar, descubrir, y finalmente entender.
    Por otro lado, como los papás del personaje principal en la historia, también suelo decirles a mis hijas que llegarán lejos, pero trato que entiendan que este crecimiento debe alcanzar todos nuestros planos, por llamarlo de alguna manera, pues muchas veces crecemos en el conocimiento académico, laboral, profesional, cuidamos nuestra salud corporal, y lo emocional y espiritual se van quedando enanos …es más, muchos dejamos este mundo sin haber conocido nuestro verdadero fin en esta vida ….
    Muchas gracias por el cuento, lo compartiré. Admiro tu gran talento para escribir.

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  3. María

    Mi comentario llega tarde, pero después de haberlo leído tantísimas veces, sigo pensando que es precioso, que me apasiona como escribes y lo que eres capaz tanto de transmitir como de emocionarnos al resto. Eres el mejor.

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  4. Luis Castellano Aguaida

    La vida nos escribe un diario que algunas veces no queremos leer. Pero cuando nos atrevemos, nos damos cuenta de que lo importante es dejar huella

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  5. JRF

    Muy bonito hermanito.
    ¿Por qué dará cada vez más miedo preguntar al árbol? ¿Porque nos cuesta admitir que un personaje imaginario nos descubra la realidad?
    Bss

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