Su primer eslabón

eslabonEs posible que sea la fuente de muchos problemas con los que hoy nos encontramos.

Recibí hace unos días un correo que hablaba de la pereza. Lo que más llamó mi atención no fue el significado en sí de un concepto conocido, sino la reflexión a la que invitaba sobre cómo la pereza era fuente de deterioro de infinidad de valores.

Resulta llamativo cómo este concepto se mantiene oculto hacia quien lo practica y es tan evidente para los que conviven con quien lo tiene arraigado en su comportamiento. Se oculta maquillándose con maestría.

Ese correo me invitó a escribir este cuento. Espero que os guste.

SU PRIMER ESLABÓN (Jaime Ros Felip, 2013)

Aún tenía la capacidad de soñar. Era de las pocas cosas que todavía podía hacer sin sentir el abrumador peso de las cadenas que le inmovilizaban. Soñaba con lo que siempre habría querido ser. Una persona importante para los suyos, merecedora de reconocimiento, satisfecha de sí misma,… Pero eso era imposible. Quizá hubo un momento en que tuvo aún la oportunidad de emprender el camino que convertiría su sueño en realidad; pero ese instante pasó y quedó en un recuerdo irrecuperable.

Las cadenas se aferraban a su cuerpo, envolviéndolo como serpientes que se hundían en el suelo y volvían a salir para rodear sus brazos y piernas con firmeza. Los eslabones pesaban, pesaban mucho. Sentía que su peso había aumentado con el tiempo. Antes sólo fue una cadena. Ahora eran varias las que le acompañaban y le susurraban lo que debía hacer.

Recordó el inicio. Él era muy joven, casi un niño, cuando encontró el primer eslabón. Se lo regaló un familiar. Alguien poco querido por sus padres. “Es un caradura y un vago”, decían de él. Pero le cayó bien. Era divertido, imprevisible, “vividor de cada minuto”, como a él le gustaba definirse.

Fue él quien le regaló el primer eslabón. En su mano brillaba como sólo pueden brillar los mejores metales. Era precioso, pesaba poco y además, parecía susurrarle palabras divertidas, interesantes, que dibujaban caminos atractivos. El eslabón le convenció de la importancia de mantener un cuerpo sano y descansado. El esfuerzo de levantarse cada mañana no tenía sentido si lo que debía hacer, podía aplazarlo.

  • Date tiempo, ya lo harás, no hay prisa. Si descansas ahora, cuando te pongas a hacerlo, estarás más preparado y con más ganas.

Era tan intenso el susurro y tan atractivo que no pudo resistirse a él. Su familia criticaba su actitud, pero él era consciente de que ellos no tenían el tesoro que guardaba celosamente en sus manos. No tenían el eslabón y no podían entender. Era extraño que algo tan sencillo fuera tan difícil de comprender por quienes le rodeaban.

El eslabón fue creciendo y  con un nuevo susurro, apareció un segundo eslabón engarzado al primero. ¡Qué bellos eran! Si el primero le invitaba a dejar para más adelante sus responsabilidades, el segundo le convencía de que la precipitación en una decisión era un error.

  • Si todo se puede aplazar, si de esta forma ganas tiempo para ti mismo, piensa en lo importante que es acertar en tus decisiones y para ello, debes esperar a que llegue el momento de decidir. No te precipites.

El segundo eslabón llamó al tercero, éste al cuarto, luego el quinto.

  • ¿Para qué tanto esfuerzo por controlarte? Déjate llevar, acepta que no todo puede hacerse e incluso quiérete porque eres capaz de equivocarte.
  • Los fuertes son quebradizos, los que suben alto tienen mayor riesgo de caer.
  • Quien te ordena, quien te manda, no te conoce, no sabe nada de ti, intenta obligarte a algo que puede que no te convenga.
  • ¿Qué beneficio te trae ordenar lo que seguro que se desordenará por sí sólo? En tu desorden encontrarás el orden en el que te sentirás cómodo.
  • Si tanto te cuesta a ti vivir, no les hagas fácil la vida a otros. Tú tienes tus propios problemas que ya resolverás. Que los demás resuelvan los suyos.
  • Quien sonríe satisfecho por un logro es que oculta algo. La vida le ha sonreído no como a ti, que no hace más que perjudicarte.

Ya no eran eslabones los que aparecían con los susurros, eran cadenas que parecían querer crear una segunda piel.

Se sentía incómodo. Intentaba moverse pero era incapaz. Pero no estaba solo. A su lado, a la derecha, un montón de cadenas ocultaban por completo el cuerpo de aquel familiar amigo que le regaló su primer eslabón. Más abajo, a unos metros, descansaban anclados también al suelo, unos amigos con los que compartió eslabones.

Lo que más le dolía era la última palabra que le dedicó alguien que fue un buen amigo durante un largo tiempo. Alguien que nunca quiso aceptar un eslabón. Alguien al que de vez en cuando veía recorrer los caminos cercanos a buen paso y siempre acompañado. Alguien que al pasar cerca de él, giraba la cara, le miraba a los ojos y esbozaba un gesto de profunda tristeza.

  • Te ha matado la pereza, amigo mío. Te ha matado la pereza.

Lo que más le dolía era la última palabra que su amigo pronunció frente a él.

6 comentarios en “Su primer eslabón

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  2. Hola Luis. Los cuentos suelen tener la magia de ofrecer distintas moralejas. Una frase que me vino a la cabeza hace tiempo es «el título de un libro cambia en cuanto el primer lector lo lee». Me gusta la que aportas. Un abrazo

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  3. Luis Castellano Aguaida

    Amigo Jaime, al leer este cuento recordé la letra de una canción ; por que no engraso los ejes, me llaman abandonao; si a mi me gusta que suenen, ¿pa que los quiero engrasaos?.Creo que lo importante en esta vida es ser feliz con lo que haces. Teniendo siempre como Zenit , un sueño y tratar de hacerlo realidad . Seria muy triste para una persona, que en el ocaso de su vida, se diga a si mismo ; «por no haberlo intentado»

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