Me regalaron unos óleos a principios de año y me decidí a probarlos. El cuadro nació de una foto que me regaló mi hija y del cuadro, surgió este cuento que ahora comparto con vosotros.
Cuando acaricias esos escasos tiempos de ocio ante una misma actividad, es curioso cómo surgen de ella historias que si no las plasmas, desaparecen casi sin dejar rastro.
LA HOJA DE OTOÑO Y SU MEMORIA (Jaime Ros Felip, 2013)
Se sentía bien en el suelo. El cielo llevaba días anunciando el cambio de estación. Ese era el signo que todas sabían que llegaría. Ese momento en que cambiarían su verde por amarillos, ocres y rojos, vistiendo al árbol que las vio nacer con esas preciosas galas de otoño.
No fue la primera en caer. Desde lo alto de su rama, observaba como sus compañeras, más veloces en la transformación de su apariencia, rompían su conexión con el árbol y se dejaban llevar por el aire en un movimiento suave de zig-zag hasta posarse en el suelo. Allí, en poco tiempo, se transformaban en ese color de tierra que les prometía una pronta transformación en aquella esencia que debía llegar a la raíz de su árbol o a la de sus compañeros. Sería el momento de iniciar un nuevo ciclo, quien sabe si como hoja, corteza o tallo, quién sabe si como aliso, sauce, álamo o repitiendo su historia como hoja de plátano.
Sí, ella era una hoja de plátano. Tuvo la suerte de nacer en una de las ramas más altas. Allí donde el sol brillaba con tanta fuerza y donde las gotas de lluvia golpeaban con más energía. Ella vivió una vida intensa. Desde el primer momento, en aquella ya lejana primavera, brotó deseando conocer y recordar. Conocer lo que las estaciones traerían y recordar lo que debió vivir en ciclos pasados. ¿Qué debió ser?, se preguntaba, ¿corteza, tallo, hoja? Cómo le hubiera gustado poder recordar, pero su memoria era muy corta y la suplió imaginando cientos de vidas diferentes.
Sentía las cosquillas que le provocaban otras hojas al caer a su alrededor. Dio gracias por poder estar encima de todas. La brisa, conociendo sus deseos, empujaba a las hojas que caían encima de ella y las desplazaba a los lados.
Estaba en medio de uno de los caminos del bosque. Disfrutaba de una hermosa vista desde donde admirar el color de sus hermanas, aún en el alto de sus ramas. Por el camino lo vio llegar. Caminaba tranquilo, con una cámara de fotos colgada al hombro y las manos en los bolsillos de un viejo abrigo. No sabría decir qué edad tenía. Ni joven ni viejo. Su paseo era lento. Se detenía de vez en cuando para observar igual que ella, los colores del otoño.
Pensó que en pocos minutos dejaría de verle, pero no fue así. Él se detuvo a su lado, se agachó y acarició con la yema de sus dedos el borde de su pecíolo y una de sus venas, retirando unas briznas de hierba de su lámina. Notó un cosquilleo y sintió curiosidad. ¿Qué estaba haciendo aquella persona?
La cámara de fotos salió de su funda. Él buscó el mejor ángulo intentando sacar el mayor provecho a la luz del atardecer. Se agachó a dos metros de distancia y sonó un extraño ruido metálico. La hoja sintió algo extraño, como si se desdoblara y fuera absorbida por aquella cámara. Fue como un destello. Había dejado de ser hoja convirtiéndose en una imagen que se mezclaba con otras que albergaba aquel curioso artilugio. Vio árboles, flores de otoño, personas paseando, acantilados… Era como recibir el regalo de mil vidas en las que podía entrar de repente compartiendo con ellas su experiencia.
Poco tardó en salir de ahí y en quedar impresa en un suave papel satinado. ¡Había crecido! Ahora era diez veces mayor que antes. Estaba colgada en una pared. Miró hacia delante y se sorprendió de ver a aquel que conoció en su bosque, con un pincel en la mano, mirándola detenidamente y acariciando sus colores en un lienzo. Era una experiencia extraña. Con cada movimiento del pincel, ella sentía que su esencia se iba difuminando de la pared y aparecía suavemente sobre el lienzo, en el que el blanco se transformaba en verdes, ocres, amarillos y rojos. Los colores de otoño se estaban dando cita en él y la tenían a ella como protagonista.
Se sintió afortunada. Iba a poder contar su historia a mucha gente y mientras su esencia real se convertía en alisio, sauce, álamo o nuevamente, plátano, allá lejos, en su bosque, la memoria de su vida recién terminada nunca moriría y podría compartirla desde su nueva historia trazada en aquel lienzo de otoño.
Miguel Angel, es un auténtico empujón de ánimos recibir mensajes como el tuyo. ¡¡Gracias!!
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¡Qué gran escritor y comunicador eres! A medida que voy leyendo tus frases me vas atrapando en la historia que relatas y las sensaciones que se producen al leerlo …. gran creatividad e imaginación. Gracias por compartir estos relatos.
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Gracias Inés
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Gracias Itziar
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A mi,me parece un cuento…poético» y me gusta y mucho,tiene sonido y canta.No hay mejor regalo de un hijo.
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Como siempre, genial¡
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